El mundo avanza, se condena, redime y desabriga que es una barbaridad. La tecnología, desde aquel primer chisporroteo discotequero que fue el fuego, ha alternado periodos de gran utilidad con fantasmagorías de barraca, o lo que es lo mismo, se ha hecho, junto al mundo, también frívola, pasando de la condición de medio al estatuto especular de fin en sí mismo. Cuando internet brotó, con todo su panoplia torrencial de murmuraciones a la carta, hubo más de un profesor universitario que se quedó encasquillado, e, incluso, decidió dedicar lo mejor -huelga decir que también lo peor- de su carrera a adorar a la máquina sin saber muy bien qué hacer con ella, como con las reliquias que la España enlutada traía siempre a las ciudades desde el mar y desde los pueblos con río. Con esto de las nuevas tecnologías, NNTT, que tienen acrónimo de secta humanista de Boston, va a llegar un momento en el que sintamos el vacío de Dios al octavo día, que es, por supuesto, el del aburrimiento y el de la deserción. A mí me gustaba la época en la que se puso de moda la ofimática, que era un asunto muy honesto que permitía a las mozas ponerse la minifalda y ciscarse en la patria patriarcal por haberles vendido la moto y darles el cambiazo del ganchillo por un ganchillo en comandos que tenía poco o nada que ver con la liberación. La máquina, ahora, ha superado al hombre y tiene su propia inercia, hasta el punto de que crece alocadamente y a su modo, dándole la vuelta a la tortilla e inventando sin parar sistemas y protocolos para que el hombre posteriormente y, sólo si está inspirado, les otorgue una necesidad. Poder comunicarse a precio de saldo y desde cualquier punto está muy bien, pero ya me dirán ustedes de qué diablos sirve y a qué vieja y acendrada inmemorial carencia satisface el hecho de estar todo el día como avestruces pegándole al whatsapp; a veces uno, en su ludismo lúdico, que no es otra cosa que cientifismo utópico, cree ingenuamente que todo esto de los mensajes instantáneos se creó para preguntarle a la familia los domingos por el pan y para el «Luis sé fuerte» de Rajoy. En España la tecnología es agarrar el papel del astronauta y utilizarlo para envolver el bocata de mortadela. Y, en estas, así vamos, en el patio de vecinos global, iguales que los homínidos pero con más cosas. Quizá haya que mudarse otra vez a los clásicos: el hombre fue Roma y Grecia, el resto es epílogo trufado de fármacos, alemanes y televisión.