Dígame, ¿lo es? Ya que he lanzado la pregunta me gustaría conocer la respuesta. Piénselo un instante. Responda cuando acabe de leer. Un fontanero sustituyó hace unos días el desagüe de mi inodoro por el que se venía filtrando un poco de inmundicia. Cuando finalizó, le pregunté cuánto tendría que pagarle. Me escrutó un instante: ¿lo quiere con IVA o sin IVA? Haciéndome el gracioso le pregunté si se podía escoger. El fontanero no tenía mucho tiempo para bromear, así que me disparó a la cartera: con IVA le sale 21 euros más caro. Antes de marcharse le ofrecí una cerveza. Mientras la tomábamos hablamos de los políticos. Casi todos están pringados. Resulta inconcebible la corrupción a la que han llegado algunos, decía.

Me pregunto dónde se encuentra la zapata podrida por la que se está filtrando la corrupción de nuestra sociedad. Me temo que no sólo hay que buscarla en el Congreso de los Diputados, o en el Senado. Esto viene de más abajo. Las alcantarillas reciben los detritos de los desagües de cada una de las viviendas que conforman la ciudad y la ciudadanía. Una enrevesada red de canalizaciones que vomita en el mar de la vergüenza.

La corrupción de los políticos no es más que el reflejo de la educación de un pueblo. Al igual que nos representan las ideas, nos representan sus corrupciones. Y tan asumida está que apenas somos conscientes. De otro modo no se mostrarían tan sorprendidos al quedar al descubierto: Yo no sabía nada; Pensé que la tarjeta era para cubrir mis gastillos; Actué con diligencia en cuanto supe que las cantidades defraudadas eran demasiado grandes; No sabía lo que firmaba; Desconocía el origen de esos fondos... Conservo desde mi infancia cierta ingenuidad, la mayoría de las veces les creo. Pobres incautos. Resulta que el desconocimiento es el gran problema de los corruptos. ¿Dónde se encuentra el origen de esa estudiada ignorancia?

Deberíamos construir canalizaciones nuevas, con impolutas cañerías, con renovados desagües. Comenzar por uno mismo para evitar que en algún momento algún columnista atrevido pueda cuestionar nuestra pulcritud. Con frecuencia se cometen insignificantes actos que van agrandándose sin el peso de la mala conciencia. Ese IVA no abonado en la factura del fontanero, el alquiler no declarado, gastos personales imputados al negocio, dinero opaco al escriturar la venta del piso por menos valor, piratear el último estreno o descargar ilegalmente de internet un libro para nuestro ebook. Y ya que estamos, también se cometen inofensivos pecados ciudadanos que la ausencia de confesionarios perdona de forma autómata: saltarse el semáforo, no recoger la caca del perro, cruzar la calzada sin estar permitido, tirar la basura fuera de horario, arrojar latas y colillas por la ventanilla del coche, aparcar en segunda fila…

Si nos preguntaran en todos esos casos, sabríamos dar la excusa perfecta. Estamos entrenados para ello. Puede que los profesores también tengan la culpa, o los banqueros (que últimamente se han trasformado en un saco de box). Sin duda, el mejor sparring sigue siendo el político. Representante oficial de nuestra hoguera. No olvide que su poder emana del pueblo.

Dígame, ¿sabe ya la respuesta? Espero que sí, pero no me la diga, seguro que voy a creerle.