La madre de Josete ha colgado en su grupo de amigas de whatsapp un video muy gracioso de su hijo titulado «la gente es muy puerca». En dicho video, nuestro Josete, con una labilidad y capacidad de argumentación inusual para su corta edad, comenta indignado mientras se sale del dibujo que colorea con ahínco que «la gente» no es cívica y por ende «puerca», porque cuando ha paseado por el bosque con su familia se ha encontrado a ratos algún papel, lata y otros rastros de «vida inteligente» no deseados. Que levante la mano quien no ha recurrido a este tipo de comentarios que califican al todo por una parte ante situaciones de malestar e indignación.

Estamos hablando de un mecanismo inconsciente típico de finales del siglo XX y de lo que llevamos de siglo XXI: la Generalización. Para entendernos de forma rápida y sencilla, este fenómeno se basa en el hecho de generar una teoría a partir de hechos aislados, o dicho de otro modo, culpar al resto de la humanidad menos, por supuesto, a uno mismo (y con suerte menos al círculo más íntimo de seres queridos) de los males que nos rodean.

Frases habituales del tipo «es que la gente ha perdido los valores», «la gente va a lo suyo», «la gente es egoísta», «la gente es muy sucia»,»la gente... tal y cual... es lo peor» abundan en conversaciones del día a día para explicar o justificar la frustración y/o la falta de comprensión (aunque a veces no haya por dónde coger lo que ocurre para comprenderlo).

Será mejor empezar a trabajar conscientemente estas generalizaciones para prevenir que Josete, cuando sea mayor, termine frustrado y agotado de luchar contra el mundo.

Si se supone que todos conformamos una gran unidad religiosa, hippy o internauta, según la corriente con la que sintonicemos, y vemos la realidad según las dioptrías de las lentes de nuestro estado interior, a mayor sentimiento de lucha «yo Vs el mundo» generaremos una mayor desvinculación emocional y mayor agresividad (activa o pasiva) como indeseable mecanismo de defensa.

Otro ejemplo típico sería el de un día cualquiera en la carretera, da igual que sea en zona urbana, comarcal, nacional, autovía o autopista. De los miles de coches que nos cruzamos en un trayecto determinado es frecuente encontrarnos con al menos un espécimen que bien por despiste, bien por alevosía, parece tomarla con nosotros y nos dedica maniobras, gestos, pitidos o insultos. Como nos pille con el tono físico y mental bajo tendrá además la habilidad de ponernos de 0 a 100 revoluciones por minuto y el mal rato nos abrirá el cajón memorístico de otros sucesos similares que reforzarán nuestra teoría de que «la gente es muy malaje».

Y justo así se construyen los prejuicios y aquilatan los estereotipos, perdiendo la capacidad de visión ante situaciones singulares no personales (en los casos referidos ni siquiera nos conoce quien nos afrentó ni les conocemos, sólo se trata de una fuga de rabia indiscriminada del susodicho) y abandonando sin darnos cuenta nuestra mente a la miopía.

En esos momentos es muy importante hacerse fuerte recordando cosas buenas, detalles mundanos que reflejan el lado más amable y que neutralizan a quienes con su influencia negativa en nosotros y en el entorno se han ganado a pulso este artículo. Fijémonos en ese momento amable ante una señal de «ceda el paso», en esa sonrisa, en esa mirada, un sencillo gracias e incluso ese silencio generoso o respetable en el momento adecuado.

Ni el bosque está limpio ni toda la gente es puerca, querido Josete. No te desanimes, que hay mucha gente ahí fuera que merece la pena, es cívica y estupenda como tu querida mamá.