Tiene uno la impresión de un tiempo a esta parte de asistir a un sainete, a un mal sainete, y me refiero en primer lugar, aunque no sólo, a lo ocurrido en Madrid con esos dos titiriteros a los que un juez de los de antes parece considerar peligrosos delincuentes.

¿Cómo se explica, si no, que los meta directamente en la cárcel por una pancarta totalmente sacada de contexto, con absoluto desprecio de la libertad de expresión artística, les retira el pasaporte y los obliga a presentarse todos los días en el juzgado o la comisaría?

Todo eso en un país en el que gente que ha robado a mansalva, ha arruinado a pensionistas y ahorradores, que ha defraudado todo lo que ha querido a Hacienda sigue retrasando su entrada en prisión, si es que alguna vez la pisa, gracias a los millones que ha amasado indebidamente y le permiten pagar a buenos equipos de abogados.

Tiene en efecto uno la impresión de asistir a un pésimo sainete cuando ve cómo ministros a quienes tanto se les llena la boca de la palaba «patria» se dedican a denigrar miserablemente fuera a sus rivales, advirtiéndoles a sus socios del peligro para todos de que se forme aquí un gobierno que no sea el suyo.

Cuando un presidente de Gobierno en funciones nos aburre día tras día y a todas horas con la misma cantinela de que lo único «razonable» y que pude dar estabilidad al país es un ejecutivo presidido otra vez por él porque es el único del que pueden fiarse socios y mercados.

Cuando quienes no se resignan a pasar otra vez a la oposición tratan de alarmar a los ciudadanos con intempestivas referencias al terrorismo de ETA porque no hay ciudadanos más manipulables que los que el poder consigue mantener asustados.

Un sainete cuando el Gobierno presume de crecimiento económico mientras el paro se mantiene en niveles insoportables, los jóvenes tienen que salir a buscar trabajo fuera y se desatiende gravemente lo que podría impulsar un día nuestro desarrollo científico y tecnológico.

Uno cree asistir sólo a un sainete cuando unos ciudadanos que se dicen en las encuestas preocupados por la corrupción de la clase política vuelven a votar mayoritariamente a un partido que es como el epítome de todo lo que aparentemente tanto les preocupa.

Un sainete también cuando los partidos de izquierda no dejan de mirar al otro de reojo, de ponerse continuamente zancadillas, de hacer del más minúsculo obstáculo una montaña, de buscar continuamente lo que los separa en eso que Freud llamaba el «narcicismo de las pequeñas diferencias».

Un sainete por fin cuando, metiendo en un mismo saco a generales felones con artistas conservadores o incluso franquistas, algunos no parecen encontrar nada más urgente en este momento que borrar de un plumazo nombres como Dalí, Pla, Machado (Manuel), Turina, Pemán, Jardiel Porcela o Mihura.