A casi dos meses de las elecciones del 20-D se impone ya un nuevo tiempo: el tiempo del compromiso. El de pasar de una política del juego de la realidad y la ficción, del gesto y la apariencia a la política del intento serio de alcanzar un consenso serio para formar gobierno. El debate público se está polarizando excesivamente alrededor de temas secundarios y estamos perdiendo de vista lo realmente importante.

Esa crispación de la pequeña política se ha visto, sin duda, en la propia constitución de las Cortes Generales en esta XI Legislatura. Desde el principio, asistimos a un debate sobre la imagen, el estilo, las formas, la constitución de grupos parlamentarios y el lugar que se ocupa en el Congreso de los Diputados en la nueva legislatura, protagonizada por Podemos. En este inicio se ha producido, como en ninguna otra, un debate sobre las formas, sobre el ser y estar en el Parlamento que expresaban formas distintas de concebir la democracia, que no tiene parangón con ninguna otra de nuestra historia democrática.

Sin embargo, detrás de la estructura profunda de las cosas se produce una impostación hasta la saciedad de lo que no deja de ser trivial, o cuanto menos, de expresiones de la diferencia asumidas por una sociedad plural y culturalmente diversa como la nuestra o del conflicto en debates sobre temas menores y que, en cualquier caso, ahora resultan tan inoportunos como innecesarios. Resulta irónico que ni tan siquiera el mismo Bob Marley contribuyera en sus mejores momentos de gloria a popularizar el estilo rasta en nuestro país como Alberto Rodríguez, éste sin proponérselo, a tenor del tiempo dedicado en los medios y por los ríos de tinta que ha generado el estilo del peinado del diputado canario.

El problema no es cómo concebimos la democracia. Es legítimo verla de maneras distintas pero la nueva política no implica sólo una ruptura con las formas si no que se puede y se debe realizar con el debido respeto a las formas exigen en las instituciones políticas democráticas para desde ahí cambiar la política, eso sí, en los temas que hoy son centrales en la vida política de este país. Se impone abandonar por un minuto la política espectáculo, tanto por sobreactuación como por inhibición y empezar a hacer una política que se base en la responsabilidad y en el consenso.

Los líderes políticos deben abandonar por un momento, los intentos de definición y protagonismo de esta nueva época, ya sea la defunción del espíritu de 1978 o de una segunda transición y simplemente pensar en que son tiempos de compromisos, que exigen consensos y pactos para gobernar. Dejemos a la historia política posterior que define esta etapa de nuestra democracia cuando exista tiempo y distancia para valorar los cambios que nos están sucediendo. Ahora escojamos una definición minimalista y si me permiten modesta. Esto, por un lado, es lo que la ciudadanía desea -que valora en las encuestas a Sánchez y Rivera como políticos que intentan el acuerdo- y, por otro, lo que la realidad política de este país nos exige. No olvidemos que hay una recuperación económica pero no una recuperación social y el escenario económico internacional se muestra inestable. Lo nuevo es acostumbrarnos a gobernar como no se había hecho antes en nuestra democracia con la necesidad de superar una crisis económica y, al mismo tiempo, llegar a pactos en materia de una reforma constitucional en la definición territorial del Estado, educación, corrupción y regeneración democrática y en materia social. Una gobernabilidad distinta para superar problemas económicos y políticos de primera magnitud: una crisis que necesita un giro social para proteger la emergencia de una sociedad más desigual y una democracia que falla por su definición territorial en Cataluña y por la corrupción política.

Frente a esto podemos seguir jugando a las coaliciones deseables y/o necesarias y a los pronósticos de futuro. Lo único que podemos asegura con certidumbre es que el porvenir está muy abierto y la predicción es arriesgada. Rajoy parece que prefiere esperar, mientras le estalla la corrupción en Madrid y Valencia, como candidato a unas nuevas elecciones. Rivera gana puntos como líder en busca de consensos e Iglesias probablemente se sume a la negociación, a pesar de que siga acariciando la posibilidad del sorpasso. Sánchez refuerza su imagen como líder, si bien tiene puestas las miradas de ciertos sectores de su partido, y sabe que lo tendrá muy difícil. De momento, Rajoy no le dio la mano en su entrevista del viernes. No se entienden.

*Ángel Valencia es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga