La alheira es en Portugal la chacina por excelencia. El embutido con mayor renombre del país podría ser una salchicha pero guarda un mayor parecido con la andouillete francesa, que en el noroeste español se conoce tradicionalmente por androlla. Está vinculada a la localidad trasmontana de Mirandela: decir alheira (pronúnciese alleira) y Mirandela es en muchas ocasiones prácticamente lo mismo. Sin embargo se elabora también con esmero en algunos otros lugares de la región.

La pasta del relleno de este embutido lleva tropezones de carne de cerdo y de ave, casi siempre pollo, además de tocino, aceite y pimentón. En su origen judío, incluía sólo el pollo. Famosa, barata y popular, los portugueses gastrónomos no pierden la oportunidad de presumir de alheiras honradas y auténticas hechas en casa.

Piensen en el embutido más apreciado de su pueblo, de su región o de su país y encontrarán el equivalente a la alheira. Sin embargo, un diputado, el único, de un partido, el PAN (Personas, Animales, Naturaleza) que ha debutado en el parlamento portugués, se ha atrevido a alzar la voz contra ella preguntándose por qué recibe ayudas públicas un producto cancerígeno según la Organización Mundial de la Salud.

Hay que recordar que todos los embutidos del mundo, del primero al último, y los jamones figuran de forma indiscriminada y algo grosera en ese grupo que mide a toda la carne en calceta como si se tratara del mismo género procesado. ¿Hasta dónde alcanza el riesgo y la rigurosidad del análisis de la OMS? No lo sabemos. ¿Qué intereses lo guían? Tampoco.

El minuto de gloria del diputado portugués animalista concluyó justo cuando el resto de la asamblea, derecha e izquierda, incluso los diputados verdes votaron a favor de seguir comiendo alheiras. Una alarma menos en un mundo dominado por ellas.