Mientras aquí seguimos deshojando margaritas para averiguar si Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se aman o no se aman, si Mariano Rajoy se despierta de su larga siesta o si Albert Rivera puede celestinear ménages à trois, el mundo fuera de nuestras fronteras se sigue moviendo sorprendentemente ajeno a nuestros problemas domésticos. En Siria se siguen matando, los refugiados continúan llegando, los nubarrones se acumulan sobre Libia, los americanos buscan un nuevo presidente, y en Europa los británicos siguen dando la tabarra para distanciarse del proyecto común de la Unión Europea (UE).

No nos engañemos, lo que de verdad les gustaría a los británicos es que no hubiera UE. Desde Canning para acá su política ha sido siempre evitar que hubiera un país dominante en el continente e incidir ellos en beneficio propio sobre el equilibrio resultante. Por eso no quisieron firmar el Tratado de Roma en 1957. Sólo cuando vieron que aquéllo iba en serio solicitaron ser admitidos y se toparon con De Gaulle, que los conocía bien y que vetó su ingreso en 1963 y en 1967 porque no se fiaba de ellos, y solo lograron entrar con Dinamarca e Irlanda en 1973. Desde entonces su política constante ha sido favorecer las sucesivas ampliaciones de la UE con objeto de crear una zona de libre cambio lo más extensa posible, y al mismo tiempo no participar e incluso poner obstáculos a todo lo que supusiera una mayor integración política o económica entre los estados miembros. Por eso el Reino Unido se opuso al Tratado de Maastricht y tampoco participa de los dos proyectos más integracionistas hasta la fecha, la supresión de fronteras interiores que establece el acuerdo de Schengen y la Unión Monetaria. De hecho es el único país de la UE que no forma parte de ningún proyecto de mayor integración. Eso sí, ha logrado con Margaret Thatcher el cheque británico, un descuento en su contribución al presupuesto comunitario con la excusa de que este destinaba demasiado dinero a la política agrícola común, que beneficiaba poco al Reino Unido, y también ha logrado que la City de Londres sea el centro financiero de Europa. Realmente hay que descubrirse ante la competencia de los diplomáticos del Foreign Office.

Ahora Cameron va a hacer un referéndum para saber si sus paisanos quieren seguir en la UE y pretende engañarnos a todos pidiendo que renunciemos al proyecto comunitario estrella de «una unión cada vez más estrecha» para convencer a sus compatriotas de que es mejor seguir poniendo chinas en nuestro zapato desde dentro de la UE. Yo no quiero que el Reino Unido salga de la UE, pero sinceramente pienso que ha llegado el momento de plantarse y explicarles que les queremos mucho pero que tenemos un proyecto al que no estamos dispuestos a renunciar, y que si quieren seguir con nosotros que lo hagan, pero sin estorbar. Y si no quieren, que nos dejen a los que queremos. Así de claro. Una separación será muy mala para todos, pero peor para ellos pues les costaría seis puntos de PIB al alejarles de un mercado de 500 millones de personas y de trece billones de euros, sin mencionar el problema que se les crearía con Escocia. Hasta los americanos se oponen a la salida para no perder a un fiel escudero dentro de la UE. Por eso pienso que van de farol y que nos están llevando al huerto. Como en el mús, yo vería ese farol y les ganaría la mano porque el favor no nos lo hacen ellos, se lo hacemos nosotros. Pero no lo parece.

Tienen razón al pedir un mercado interior más competitivo y eliminar exceso de regulación y de burocracias redundantes aplicando el principio de subsidiaridad al máximo. Pero sus otras demandas de renacionalización de políticas frente a las instituciones; de derecho de veto sobre las decisiones de la Eurozona para que no afecten a la plaza financiera de Londres; y de poner límites a la libre circulación de ciudadanos europeos y a su acceso a los programas sociales en momentos de crisis económica son torpedos en la línea de flotación del proyecto europeo. O hacemos más Europa o nos resignamos a desaparecer como actor influyente en el mundo.

Desgraciadamente el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, ha respondido con una carta llena de concesiones y ambigüedades que muestra la debilidad de la Europa actual, que vería la salida británica como una derrota. Cuando usted lea este artículo, el Consejo Europeo habrá terminado y mucho me temo que ninguno de los jefes de Estado y de gobierno presentes se habrá atrevido a objetar a la propuesta de Tusk. Y lo peor es que esto puede ser otro Munich y que aunque cedamos, nada garantiza que nuestras concesiones vayan a ser suficientes para convencer al UKIP, el partido que ganó las ultimas elecciones europeas y arrancó el 12% en las legislativas de 2015. El populismo y la insolidaridad medran en los momentos difíciles, agravados por la llegada de millares de refugiados sirios. Por la misma regla, el año que viene tendríamos que hacer concesiones a Marine Le Pen y a este paso acabaremos con la ilusión de una Europa unida. De verdad, echo de menos a De Gaulle.

La esperanza es que el Parlamento europeo (PE) no apruebe el entendimiento Tusk-Cameron. No deja de ser una ironía que la última palabra la tenga el Parlamento europeo cuando una de las quejas británicas es la falta de democracia interna en la UE.

*Jorge Dezcállar es embajador de España en EEUU