A propósito del padrenuestro

El disparate constitutivo de un delito contra los sentimientos religiosos que ha representado el recitado, con cargo a dinero público, de una reinterpretación de un mal gusto exquisito del Padrenuestro, la oración enseñada por Jesucristo, va dirigido a atacar directamente a los cristianos, acostumbrados como estamos a poner la mejilla, perdonar y rezar por nuestros enemigos, virtud o defecto del que son de sobra conocedores nuestros enemigos.

Ser cristiano no puede ser la escena de ovejitas del Señor, maltratadas por todo el mundo, entorno, pastor, perros, lobos y moscas. No es ese desde luego el mensaje que Cristo nos enseñó.

Nuestras religiones hermanas, musulmanes y judíos, que creen en el mismo Dios que nosotros, no son tan contemplativas e indulgentes con ataques tan feroces contra su religión, a la que defienden sin estos complejines tan aparentemente cristianos que tenemos. Una turba enfurecida, o un comando actuando sibilinamente, hubieran actuado desde luego con contundencia si estas dos grandísimas biennacidas y cobardes hubieran ejercido su equivocado concepto del derecho a la libertad de expresión, manipulando suras del Corán o pasajes del Talmud e insultando profetas, sus madres o sus mujeres. En ese caso desde luego, convendría en adjetivarlas exclusivamente de «biennacidas» y eliminaría lo de co bardes, sin que desde luego nadie pudiera quitarme la sonrisa ante la justa acción de los destinatarios de la ofensa, por aparentemente excesiva que algunos pudieran encontrarla.

Lo digo porque olvidamos muchas veces una de mis escenas evangélicas favoritas, la expulsión de los mercaderes del templo por el mismo Nuestro Señor Jesucristo, en la que molestó por una situación a mi gusto inferior a la tristemente protagonizada por esas dos biennacidas y cobardes, formó un látigo con varias cuerdas, y a golpes hizo salir al ganado y tiró las mesas de los cambistas y de los vendedores de palomas, haciendo caer las monedas por el suelo (Evangelio de San Mateo, capítulo 21, versículos 12-17; Evangelio de San Marcos, capítulo 11, versículos 15-18; Evangelio de San Lucas, capítulo 19, versículo 45; Evangelio de San Juan, capítulo 2, versículos 13-25).

No alcanzo a comprender cómo el público asistente aplaudió el esperpento (solo se explica porque forman parte de él), ni cómo la única reacción fue solo la de uno, y consistió en levantarse y protestar a posteriori ante los medios de comunicación, pretendiendo obtener réditos políticos. De verdad que no lo entiendo, ni a estas alturas de la película, quiero tratar de entenderlo.

Manuel Fernández Poyatos. Abogado