Con permisiva indolencia y la excusa de que han encontrado un lugar en la cursi y tontorrona rutina coloquial, la Real Academia viene incorporando, creo yo, al diccionario palabras absurdas y totalmente innecesarias. Un primer ejemplo lo tenemos en «explosionar», verbo que inexplicablemente ha sustituido a otros de mejor sonoridad que ya existían, como son explotar o estallar, para expresar exactamente lo mismo. Existen otros vocablos, como «almóndiga», admitidos, junto a la voz original, albóndiga, para referirse a la popular bola de carne. Y algunos más, como es el caso de «asín», un vulgarismo reiterado, o «inculturación» y «biministro» que se explican por sí solos. No me voy a extender en los ejemplos; hacerlo me llevaría bastante más de una columna. La palabra que ahora está llamando a la puerta de la RAE es evento, utilizada hasta la saciedad por los llamados gabinetes de comunicación, que en algunos casos se han convertido en la undécima plaga de nuestra existencia. Cualquier acto de chichinabo, anunciado a bombo y platillo, recibe el pomposo título de evento, cuando el significado de la palabra ha venido siendo todo lo contrario de lo que se quiere expresar con ella. Evento, en su primera acepción, define una eventualidad o un hecho imprevisto que puede acaecer. Y, en su segunda, un acontecimiento importante de índole social, académico, artístico o deportivo. Es decir se puede llamar evento, con todas las consecuencias que acarrea, al acto de los Premios Príncipe de Asturias pero no a la presentación de una nueva marca de embutidos, gama de perfumes, muebles, o de ropa interior. La próxima vez que me inviten a un evento diré que no me sumo fácilmente a los imprevistos.