Las izquierdas son el blanco de moda. Entre los nervios y las prisas recibe críticas como bumeranes. Revelan el escaso músculo ideológico y político de sus rivales. Vamos que la derecha se retrata en su precipitado intento de retratar a la izquierda. No, no es complicado, la contradicción principal -que dirían los clásicos del marxismo- pasa hoy por el medio de un PSOE abierto en canal así que ante las cuitas de los temibles podemitas tiemblan tanto los socialistas de toda la vida como los conservadores comme il faut. El otro día en un artículo de un conspicuo catedrático de una Universidad barcelonesa se denunciaba el complejo de superioridad moral de la izquierda. Menuda novedad. Está dicho una y mil veces. Constituye uno de los rasgos más definitorios de socialistas, comunistas, compañeros de viaje y otros etcéteras. No se suele decir, sin embargo, que si la izquierda tiene complejo de superioridad moral es porque la derecha tiene complejo de inferioridad moral. Ahí hay que poner el foco. Esa es la línea de reflexión fecunda. Actualmente la prevención de la izquierda ante la derecha «se sustentaría más bien en prejuicios y resentimientos no del todo distintos de los que esgrimía la izquierda entre 1934 y 1936 para impedir el acceso de la derecha al Gobierno de la República» afirma el catedrático aludido. Precisemos. El veto empezó en 1933 y fue efectivo por el citado complejo de inferioridad de la derecha. La CEDA no podía entrar en el Gobierno aunque había ganado las elecciones generales. No, no se trataba de cuestiones psicológicas, morales o pluscuamperfectas sino sencillamente de ausencia total de democracia. Unos porque la impedían y los otros porque no la imponían. Hablar de prejuicios y resentimientos en tales coordenadas es desnortado ya que en octubre de 1934 se produjo un golpe de Estado de resultas del cual murieron 1.500 personas. Pero siempre se habla de revolución, un ejemplo más del complejo de inferioridad moral y material de la derecha.

Mejor que del 34 sería hablar del pacto del Tinell siquiera porque le queda más cerca espacial y temporalmente a nuestro amigo catedrático. Bajo ese epígrafe se llegó a un acuerdo de gobernación el 14 de diciembre de 2003. Rubricaron el PSC, la Esquerra e Iniciativa per Catalunya. Tripartito. Iba más allá de lo apuntado en el encabezamiento. Decía que «los partidos firmantes del presente acuerdo se comprometen a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad con el PP en el Govern de la Generalitat. Igualmente estas fuerzas se comprometen a impedir la presencia del PP en el gobierno del Estado, y renuncian a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales». Qué claro. Qué fuerte. Lo desarrollaron postulando un cordón sanitario en torno al PP, una idea muy querida por los nazis.

Tres semanas después la Esquerra firmaba en Perpiñán un pacto con la ETA. Y mes y medio después todo el mundo sabe lo que ocurrió. Lo dijo Burke. Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada. Las víctimas siempre militan en el bando de los buenos -en este caso, la derecha- pero pierden tal condición de no superar su endémico complejo de inferioridad moral. Ya saben: si no hubiese esclavos no habría amos.