Hay quien de pequeño se traga una idea, le sienta mal y ya no se recupera. Eso le pasa por no tomarse un yogur. Si un yogur te sienta mal puedes vomitar o no tomar más yogures en varios días o cambiar el yogur por los donuts o los cereales. Pero si te tragas de pequeño una idea así, sin guarnición y en mal estado y tal vez dura y pasada de fecha ya se te enquista y se te puede convertir en un dogma. Luego vas al colegio y llevas el dogma en la cabeza, con lo que pesa. Portas la mochila cargada de libros, la merienda, el abrigo, el tirachinas, el balón y la idea. O dogma ya. Y lo malo es que la idea crece dentro de ti. Te puedes convertir en macrocéfalo o en ideólogo y no en próspero comerciante, en eficaz funcionario, en rentista o futbolista. Te tragas de pequeño una idea así, por accidente y no la desalojas y estás perdido. O eso o eres el mejor profesando esa idea. Hay entrenadores que se han comido de pequeños una visión defensiva a ultranza y ya cada vez que entrenan un equipo montan un cerrojazo de no te menees. Y claro, los destituyen porque no marcan un solo gol (tampoco se los hacen) y vuelven a otro equipo y vuelven a montar una defensa amurallada inexpugnable. Hubo uno que incluso quiso contratar a un ladrillo de defensa central. El ladrillo exigió casa y coche y todo.

Algunos lo que se tragan de pequeños en un descuido de sus padres es una idea política equivocada y ya el chiquillo se tuerce para siempre. Imagínese a alguien que se traga doblado un liberalismo a ultranza en la Rusia de Stalin o el que se tragara un marxismo ineludible cuando Mussolini en Italia. Las ideas hay que tomarlas cuando ya uno está crecidito y puede engullirlas a la vez y ya ellas se hacen su propia mixtura junto a nuestras vivencias, amores, viajes, lecturas, reflexiones y realidad y pueden vivir en armonía. Íbamos a escribir, según dicta el tópico, ‘sana armonía’, pero no sabemos si hay armonías enfermas. Pasa también con los libros. Va un chavea y se cena una novela negra a destiempo. Con su fiambre, su detective de vida desordenada y sus 450 páginas y como no es capaz de digerirla ya no entiende luego la novela romántica ni el ensayo decimonónico ni el experimentalismo. Así van luego como van. Muriendo o matando.