Existen múltiples variantes de la célebre historietilla en la que un hombre humilde se compromete con uno poderoso a enseñar a hablar a un animal en un plazo más o menos dilatado, con la esperanza de escapar a un castigo inminente. El protagonista asume la imposible tarea en la confianza de salir airoso del trance, ante a la probabilidad de que bien el animal, bien el poderoso, o bien él mismo fallezca antes de que expire el plazo acordado. El cuento ha conocido gran fortuna y aparece en obras de Oriente y Occidente, protagonizadas por un lado por sastres, campesinos, o personajes literarios como el mulá Nasrudín o Till Eulenspiegel; y cadíes, reyes o rectores de universidad por otro. En cuanto al animal en cuestión, suele tratarse de un asno o de un elefante. Hasta Cervantes y Lope de Vega lo incluyeron en sus obras, el primero en La gran sultana y el segundo en El príncipe perfecto. En esta última, un reo promete al rey de Portugal que hará hablar a un elefante antes de diez años, con el fin de eludir la pena de muerte. Cuando el alcalde le pregunta cómo promete lo que no puede cumplir, la respuesta es: «Callad, alcalde: ¿no veis / que en diez años que me quedan / de término, es imposible / claramente, que no muera / yo, o el rey o el elefante?»

Se comenta estos días la existencia de una versión apócrifa local en la que no es un animal, sino una vieja pensión el objeto del trato, de la cual no se promete que adquiera el don del habla pero sí que el solar en el que se asienta reporte otros prodigios aún mayores. Afortunadamente, en este caso ninguno de los protagonistas ha fallecido tras agotarse el plazo concedido, lo cual es una excelente noticia, especialmente para la vieja pensión, que no las tenía todas consigo. Pero los prodigios prometidos no se ven por ningún lado: el trato ha quedado en evidencia y deja de tener vigor. El asno no habla.