Tenía aquel libro bastante buena pinta. Generalmente lo tenía a medio metro del lugar donde trabajo con mi sufrido ordenador, tan vetusto como voluntarioso. Contenía ese elegante volumen (costó en su día 15.95 dólares) una excelente traducción al inglés de William Weaver. De una inteligente selección de ensayos de Umberto Eco: Travels in Hyper Reality llegó a las librerías norteamericanas en 1986, gracias a Harcourt Brace Jovanovich, los muy respetables editores californianos. Fue una buena idea. El maestro italiano no era entonces muy conocido en los Estados Unidos, a pesar del reciente éxito de El nombre de la rosa.

Umberto Eco comentaba a sus lectores norteamericanos en el prólogo de Travels in Hyper Reality algunas de las peculiaridades de las grandes culturas literarias de Europa, entre ellas la española. Un periodista estadounidense le había preguntado cómo se las arreglaba para conciliar su trabajo como científico y profesor universitario con su actividad de columnista. El maestro le aclaró que al contrario de los Estados Unidos, esto no representaba el menor problema en Europa. Cito al maestro: «Los antropólogos aceptan culturas en las que la gente come perros, monos, ranas y culebras, incluso culturas donde los adultos mascan goma, por lo tanto no debería haber ningún problema para que los docentes universitarios puedan colaborar en periódicos y revistas.»

Añade Umberto Eco que él escribe en la prensa como un deber político. Explica que en Estados Unidos la política es una profesión, mientras que en Europa ésta es un derecho y un deber. «Mi forma de implicarme en política consiste en contar a los demás cómo veo la vida diaria, los acontecimientos políticos, el lenguaje de los medios de comunicación de masas, o la forma en cómo interpreto una película. Creo que es mi trabajo como científico y como ciudadano el señalar aquellos «mensajes» que nos rodean, productos del poder político y del poder económico, de la industria del entretenimiento y la industria de la revolución, y señalar cómo debemos analizar esos mensajes a través de la crítica».

Es obvio que el buen consejo de Umberto Eco caló hondo y fue ampliamente aceptado en los Estados Unidos. Como prueba, los espléndidos artículos en el New York Times de Paul Krugman, profesor de Economía y Asuntos Internacionales de la Universidad de Princeton, además de ganador del Premio Nobel y el Premio Pulitzer.

Umberto Eco falleció el pasado viernes en Milán. Tuve la misma sensación cuando nos dejó otro gran italiano: Indro Montanelli. La verdad es que muchos nos sentimos, entonces y ahora, más solos, más inciertos y por supuesto más pobres.