Estamos de centenario. Cervantes y «El Quijote». Dos obras descomunales, una hecha de células y otra de letras, que viven hermanadas en la mente de los lectores y los libros de historia. A estas alturas todavía no sabemos quién hizo a quién: si el libro a su autor o el hombre esos capítulos. Lo que sí sabemos es que sin su doble existencia seríamos peores, más pobres, otra clase de país y de lengua. Irrepetibles, prodigiosos. Pero no vale con decirlo. También, y sobre todo, hay que leer, releer, aprenderse de memoria lo que ahí dentro hay de cada uno de nosotros. Hay muchas maneras de hacerlo: el texto original (en edición de la RAE en dos tomos y miles de páginas de notas y estudios), la «traducción» de Andrés Trapiello al español de uso, las antologías de pasajes para jóvenes (se acaba de reeditar la que en su momento hizo Arturo Pérez-Reverte), etc. A continuación ofrezco una mínima selección de frases extraídas de «El Quijote» por si a alguien, imantado por ellas, se animara a volver a abrir esa obra sin parangón: píldoras contra el dolor de cabeza social, intelectual, personal: sirven para cualquier enfermedad del alma y no son, créanme, ningún placebo:

«Porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma».

«Y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras».

«Y si no me quejo del dolor es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella».

«Porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala».

«El buen paso, el regalo y el reposo, allá se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes».

«Y así, me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me depare, en ayuda de los flacos y menesterosos».

«Hombre apercibido, medio combatido: no se pierde nada en que yo me aperciba; que sé por experiencia que tengo enemigos visibles e invisibles, y no sé cuándo, ni adónde, ni en qué tiempo, ni en qué figuras me han de acometer».

«Que el principal asumpto de mi profesión es perdonar a los humildes y castigar a los soberbios; quiero decir: acorrer a los miserables y destruir a los rigurosos».

«Estando yo obligado, según la orden de la andante caballería, que profeso, a vivir contino alerta, siendo a todas horas centinela de mí mismo».

«Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla».

«Mira que el que busca lo imposible, es justo que lo posible se le niegue».

«Porque la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua».

«Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas».

«Y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño».

«Aunque los daños que nacen de los bien colocados pensamientos antes se deben tener por gracias que por desdichas».

«Unas veces huían, sin saber de quién, y otras esperaban, sin saber a quién».