Curioso, que la Academia haya premiado a la vez la desmesura de El Renacido y la contención de Spotlight. ¿Será el premio a la segunda una señal del regreso del equilibrio, o sólo una concesión a la ética? Hace ya mucho que el cine de Hollywood no sabe prescindir del exceso, de una última vuelta de tuerca en la que se pasa de rosca y, cediendo a la tentación del espectáculo y la adrenalina, cae en la inverosimilitud. De hecho en ocasiones mientras está uno sentado en la butaca espera, con fatalismo, el momento del descarrilamiento. Confieso que esa fue mi actitud en Spotlight, aguardando a que lo tremendo no bastara y se recurriera al tremendismo. Sin embargo no fue así, hasta el punto de que el cuerpo, que ya debe de estar habituado a ese chute, lo echó incluso de menos, y aún hoy la sensación es que al filme le falta algo, eso que hace que nos quede guardado en la memoria gustativa.