Usted va a empezar a leer esta columna atraída o atraído por el cautivante aunque poco original título. Pero no nos vamos a referir al miembro viril, vulgo carajo, a quien ya en el XVII Vargas Ponce llamara en sus celebradas décimas ´virote´. No. Vamos a hablar de las diputaciones. Nuestro problema no es que existan. Es que sean tan grandes. Las diputaciones. Nadie duda de que sirvan para hacer el planeamiento en pequeños municipios, erigirles polideportivos, organizarles feria del queso o la haba, construirles tres kilómetros de circunvalación o pagarles un mastil para la bandera. El problema es que para eso se necesiten miles de empleados. Las diputaciones tienen toda la razón de ser -por ejemplo- en Andalucía y las dos Castillas, comunidades amplísimas y vastas y con muchas provincias donde la voracidad centralizadora de la administración regional se haría insoportable si además capturasen las competencias de las diputaciones. Tienen sentido, qué sé yo, en Extremadura, que es tierra de dos provincias más grandes que miembro de mamut. Tienen sentido e incluso, como Jane Austen, sentido y sensibilidad, pero lo que también tienen, por desgracia y sobre todo, como la de Segovia, es demasiado gasto en personal, que en este caso concreto llega casi al cincuenta por ciento del presupuesto. Las diputaciones son la salvaguarda de la provincia, concepto importante para nuestra tranquilidad filosófica cuando nos ponemos a elucubrar sobre apegos y pertenencias varias al terruño. Son importantes mientras no dupliquen o tripliquen competencias. Aquí no estamos por la labor de que despidan a nadie. Si acaso, con que pongan a trabajar a quien no lo hace nos bastaría. La propuesta de crear un consejo de alcaldes es una chorrada, que viene de chorra, otro sinónimo de la verga o pene. Un consejo de alcalde necesitaría -vamos a parodiar ma non troppo- conductores para llevar al sitio a los alcaldes. Y un local donde reunirse que habría de emplear a alguien para que lo abriera y cerrara y limpiara y que necesitaría un jefe de prensa y un electricista y un asesor jurídico y un secretario y alguien que levante acta y un nota que arregle un ordenador, que seguro que llevan muchos y algunos se estropearía. O sea, que te descuidas reuniendo a los alcaldes y te sale una diputación nueva, polluda incluso. Las diputaciones del PP en Galicia han hecho históricamente caciquismo igual que las de Valencia han empaquetado arroz o las catalanas han subvencionado las setas de las comarcas frondosas. En la de Málaga fue una tradición colocar a alcaldes derrotados. Pero claro, no los vas a colocar en una mercería, te razonaban con una lógica que creían aplastante y que en efecto te aplastaba. Qué sabe nadie de las diputaciones. El debate está en la eficacia. En el ponderado y consensuado buen uso del dinero público. En el cerco a la poca vergüenza, que anida aquí y acuyá y en cualquier ente público si no se establecen los controles necesarios, lo cual es tarea de grandes proporciones.