Desde que era un niño, y de eso hace ya tal vez demasiado, he asistido a los recurrentes enfrentamientos entre los trabajadores de Limasa, la empresa y el Ayuntamiento, a las huelgas puntuales que dieron una pésima imagen de la ciudad y al eterno debate sobre la limpieza en la ciudad, algo sobre lo que no debe haber debate alguno: Málaga jamás ha estado limpia, y ahí entramos también nosotros, los ciudadanos. Tras el último rechazo por parte del comité de empresa de la oferta de la sociedad y el Consistorio, que recogía prácticamente todas las reivindicaciones de la parte social, el escenario que se abre es dantesco: la huelga seguirá con la Semana Santa ahí al lado, siendo ese el único periodo vacacional en el que miles de familias malagueñas logran un respiro económico. ¿Y ahora qué? El alcalde habló ayer de chantaje y los trabajadores van esta vez a por todas. Eso lo vi yo mismo hablando con unos cuantos de ellos el sábado a las puertas de la Casona del Parque. Se quejaban de la mala imagen que, según opinan, traslada la prensa sobre sus reivindicaciones y critican que se hable siempre de lo mismo: de que si heredan los puestos de trabajo, de que si muchos de ellos ganan una pasta gansa, de los pluses que tienen prácticamente por respirar, etcétera... Culpaban de todo ello al regidor, pero bien es cierto que esto viene de antes: de los convenios que firmaron tanto Pedro Aparicio, primero, como Celia Villalobos, después. Nunca se puso freno a petición alguna, pues el servicio que presta Limasa es esencial y hay pánico entre los políticos a una huelga como la que ahora estamos sufriendo. Hete aquí que la sociedad es mixta y el debate se centra en si privatizarla y dividirla -lo que tienen en mente el alcalde y los expertos- o municipalizarla -como quieren algunos grupos de la oposición-. Cuando se llega a una situación así, hay más de un culpable, pero tal vez no sea hora de ejecutar la condena que lleva años atormentándonos a los malagueños, sino de seguir buscando soluciones entre todos.