Remonta la mujer sobre el promontorio de los idus de marzo. Esquemática, colérica, hecha ocasionalmente heroína por la política cosmética con la que desde hace años se despachan en este país los asuntos del feminismo. Después de Judith Butler y toda esa grandiosa profusión de escritos, la mujer sigue siendo flor de un día, hipótesis de medallero para el 8 de marzo, sin que en realidad nadie se tome la molestia de entrar en la desigualdad como se debe entrar en todos los problemas urgentes que se demoran bizarramente desde hace siglos, esto es, con ánimo de selva, contra las lianas y a machetazo limpio. Mientras la ciudad se estercola, uno analiza la situación de la mujer y la convicción de que quedan demasiadas cosas por hacer se hace más que evidente, y no sólo en la prolongación del tópico cavernoso y la falta de libertad de conciencia para construir cada cual a su modo y como le de la gana esa ilusión colectiva a la que ruinosamente se llama género -el género, como cualquier obra simplona y de ánimo decorativo, es siempre y colectivamente un concepto en ruinas-. Por más que los gobiernos y sus menestrales se entretengan cada año en el teatrillo, la realidad es tozuda: la mujer continúa en la prensa reducida a un revuelo de tutús y miradas pizpiretas a la que de manera exótica se le permite triunfar en el trabajo y explayarse en grandes publirreportajes sobre el coraje de ser madre y, al mismo tiempo, tía buena y artista; sabemos menos del clítoris que de electromagnetismo y las desventajas laborales, con todo su armazón de prejuicios, se mantienen activas. Esta semana, junto a la retahíla de datos sobre salario y explotación, aparecía en los medios como una innovación que una empresa se planteara tener en cuenta la menstruación como motivo objetivo de baja en los centros de trabajo. Y, lo peor, es que efectivamente resulta una novedad. A veces tendemos a olvidar que los derechos laborales-e, incluso, existenciales- de la mujer son en la historia un misil tan necesario como de escaso recorrido. Y la inercia continúa aún, a veces confundida en un peligrosísimo juego reactivo que hace aflorar bajo políticas bizantinas la inmemorial cultura de la condescendencia y del atavismo. Hace apenas unos meses, en esa quema de brujas en la que últimamente parece instalada la justicia, fueron denunciadas varias mujeres por la vía penal por sacar un coño gigante en procesión contra Gallardón y sus abusos legislativos. El coño así, autónomo y carnavalesco, por oposición al coño teleológico y utilitario, es todavía un peligro. Para algunos, incluso público.