Uno de los conceptos más de moda últimamente es el de «neuroplasticidad». Según los estudios más recientes, el cerebro de los humanos no es algo estático, inamovible e inmutable, sino que con el entrenamiento adecuado cada uno de nosotros podemos hacer que sus características cambien, que su funcionamiento mejore, que su creatividad alcance límites insospechados.

La cabeza de Pep es redonda y brillante por fuera, y seguro que una maquinaria de última generación perfectamente engrasada por dentro, llena de sinapsis neuronales que producen sin parar movimientos tácticos. Pongo mi mano, mi pie y mi dedo izquierdo en el fuego a que el cerebro de Pep dispone de neuroplasticidad hasta el infinito. Fue un gran jugador, vivió en varios países, ganó títulos de todos los colores, habla perfectamente alemán y sabe soportar la presión. Su cabeza, por tanto debe ser un bulle-bulle constante y permanente de ideas, de conceptos de juego adaptables a cada situación de partido.

Pero parece que su cabeza, fría y analítica, poco a poco está mostrando una actitud fantástica para maximizar su cuenta corriente. A partir de junio se convertirá en el entrenador mejor pagado del mundo, gracias a los petrodólares del Manchester City. Sus elevados sentimientos parece que le impedirán fichar por el Madrid, pero no por un equipo de la Premier. Ya su fichaje por el Bayern fue fruto de una meditadísima elección. Una liga mediocre en la que el campeonato estaba casi asegurado, capacidad para fichar a quien quisiera y amplios poderes para hacer su fútbol de autor. Pero su calculada estrategia sufrió un contratiempo inesperado cuando un entrenador como Heynkes, sin la exquisitez ni «savoir fair» de Pep, consiguió la Copa, la Liga y la Champions minutos antes de su llegada como un «rock and roll star» al Allianz Arena. La historia de Guardiola en Alemania fue normalita, tirando a clara decepción en la Copa de Europa: el Madrid y el Barça le sacaron a tortazos de su torneo. Es verdad que tiene todas las opciones este año, pero incluso ganándola tampoco parece que Beckenbauer, Mathaus y compañía le vayan a echar de menos. Las relaciones a ese nivel son duras y no hay espacio para sentimentalismos, y convertidos en directivos pagados de manera estratosférica. Lo que se dice de cualquier reunión sobre fusiones bancarias que se precie, sí a mitad de discusión no ves el cuchillo en mitad de la mesa, es que lo llevas en la espalda.

Lo peor, con todo, no es que a Guardiola le guste el dinero tanto como a su némesis portuguesa, qué va. Lo peor es que se está «conservadurizando». Es lo que tiene el lujo, que te adormece. El mejor Guardiola fue el que se puso el Camp Nou por montera y sacó de la nada a Pedrito, a Busquets, largó a Deco y a Ronaldinho, el que no tenía miedo de meter y probar gente de la cantera y el que ordenó a Xavi y a Iniesta el ritmo que tenían que tener. Y el que apelaba al público sobre la esencia del juego. Creo que ese Pep ya no existe. Con el tiempo parece que se volvió más esquivo, más tristón. Aunque resulte difícil de creer, tiene mucha más libertad para hacer lo que le dé la gana un Paco Jémez, que la que tendrá el poderosísimo Guardiola en el Manchester City, con el jeque en el cogote pendiente del valor de sus acciones en bolsa. No era esto, Pep, no era esto lo que parecía que nos vendías, pero es que todo tiene un precio.