Lo que fue amor nunca debería convertirse en un cadáver indefenso. En un número en rojo de la violencia que no cesa. Más de 800 mujeres víctimas del homicidio del corazón desde 2003. Demasiadas vidas cómo para no preguntarse con vergüenza y rabia qué estamos haciendo mal. ¿Por qué continúan creciendo las víctimas e incluso la violencia ha rebajado la edad de su enajenación criminal? 19 años tenía la última mujer muerta hace tres días en Mallorca a manos de un hombre de 22. La juventud truncada por ese sentimiento equivocado que pretende tener cautivo a otro corazón. La educación sentimental no existe si no existe la educación en los valores de la dignidad: el respeto, la igualdad, el derecho, la libertad. Fundamentales para la vida, para el trabajo y las relaciones. Hemos permitido, o poco nos hemos rebelado, que en los primeros ámbitos nos los vulneren con las reformas políticas y las hipocresías sociales. No nos damos cuenta del grave daño que nos está haciendo la tirana dictadura del poder financiero y el miedo que nos ha inculcado en contra de lo que somos. Pero no deberíamos dejar que ese miedo amordace también el valor de rechazar las egocéntricas emociones de los que manipulan, acosan y asesinan. Por muchas novelas, poemarios y ensayos, didácticos sobre el lenguaje de las emociones, sus máscaras y sus trampas, las personas continuamos juzgando mal el amor y sin saber desatarlo sin vacío ni dolor, sin hacer daño.

Nada justifica al que mata porque la violencia sea un vértigo que emborrona los sentidos. Ni al que anula la conciencia del otro con el maltrato psicológico que no deja huellas visibles de su violencia silenciosa. Pero hace falta entender que sin educación desde los primeros años, que sin cultura y sin patrones éticos compartidos por la sociedad, no conseguiremos concienciarnos de que gritar al otro es amordazarlo, de que la violencia tiene muchas caras, de que todo empieza con un detalle al que no se la importancia. Es necesario que los jóvenes y también muchos adultos distingan lo hermoso que es saber tu nombre en la ternura o en el deseo de otro del peligro que conlleva el que nombrarte sea una forma de poseerte. La concepción romántica del amor es por donde se cuela el machismo en las relaciones reales. Historias como Crepúsculo o Cincuenta sombras de Grey son muy nocivas porque hacen pensar a las chicas que pueden domesticar a los malotes. Ese estereotipo que desde hace siglos forma parte de los primeros amores sufridos de muchas mujeres y al que los otros chicos todavía envidian. Tras años de avances en igualdad, los expertos advierten que falla la educación y que sigue dominando una visión romántica del amor en la que las chicas lo aguantan todo, seducidas por una figura dominante y protectora. Según los sociólogos, los adolescentes se saben la teoría y racionalmente rechazan la violencia, pero alertan de que el nivel de machismo es demasiado elevado para una generación que ha crecido en el siglo XXI. Los datos lo certifican: el número de menores enjuiciados por violencia de género ha aumentado de forma continuada desde 2012 hasta hoy. De los 114 de eso año se pasó a los 162 de 2015. Lo que significa que cada dos días un menor fue juzgado y considerado agresor de otra joven en un 90% de los casos. Sus edades oscilan entre los 17 y los 14 años.

Una sociedad en la que la violencia de género se cobra víctimas entre sus jóvenes, y en la que prácticamente a diario se dan noticias sobre abusos sexuales a menores en centros educativos, religiosos y en clubs deportivos -y que bien se merece otra columna de denuncia.- está muy enferma y no aprende de sus errores. El ejemplo es que el elevado número de mujeres adultas muertas, las manifestaciones, las campañas, la concienciación de los hombres- importantes piezas de combate y a favor de la victoria- no consiguen erradicar la turbación ni el problema. La crisis económica estancó la violencia de género. Irónicamente el paro, la escasez de trabajo y la precariedad económica, habían amansado a las fieras o aumentado el temor de las víctimas y su dolorosa resistencia. Hasta que el pasado año 130.000 mujeres acudieron a pedir protección a comisarías y juzgados. Un leve 2% más que en 2015. Los datos en bruto pasan desapercibidos. Es más impactante la realidad y su denuncia si decimos que cada día se presentaron 353 denuncias. Lo mismo que el hecho de que los jueces emitiesen un total de 46.075 sentencias penales en el ámbito de la violencia de género, de las que el 62,7% (28.870) fueron condenatorias. También se dictaron, según el Observatorio de Violencia Doméstica y de Género del CGPJ, 15.037 medidas civiles cautelares mientras se resolvía el proceso penal, entre las que destaca la suspensión del régimen de visitas a menores, que se incrementó un 28,8% (728 medidas frente a las 565 de 2014); la suspensión de la patria potestad aumentó un 50% y la suspensión de la guarda y custodia se elevó un 13,4% (acordada en 1.223 procesos frente a 1.078 del año anterior). Un ejemplo evidente de que las mujeres no se resignan al silencio de ser víctimas y ponen en conocimiento de la policía y de la Justicia los hechos, y del acierto de unas reformas legales que están dando su fruto.

No hay lugar para la celebración. La lucha debe seguir. También contra el lado irracional de la justicia. La asociación Clara Campoamor ha pedido al Consejo General del Poder Judicial que suspenda o aparte de su cargo a la titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer número 1 de Vitoria, María del Carmen Molina Mansilla, por su «constante vulneración de derechos» de mujeres víctimas de violencia de género. El mes pasado una mujer interpuso en la comisaría de la Policía Local de Vitoria una denuncia por maltrato habitual físico y psíquico, la cual incluía dos agresiones sexuales y solicitaba además una orden de protección. Fue citada al día siguiente y durante su declaración, la juez Molina mostró una «clara y manifiesta predisposición de incredulidad hacia el testimonio de la denunciante, interpelándola sin dejar terminar la respuesta y preguntándole si opuso resistencia a las agresiones». La denuncia recoge también que le dijo textualmente: «¿Cerró bien las piernas, cerró toda la parte de los órganos femeninos?».

No debería haber gente pa tó como dijo Belmonte. Algunas personas merecen magistrales lecciones de moral. Tal vez la ciencia ficción lleve razón y deberían existir escuelas de reeducación. Algo más habrá que encontrar y hacer entre todos para que lo que fue amor no se convierta en el argumento cotidiano con el que violar un corazón e impedir su libertad. La vida nos exige que ninguno de nosotros deje de ser mujer.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.com