La conmemoración del quinto aniversario del inicio de la guerra civil siria propició ayer uno de esos ejercicios de desmemoria a los que tan aficionados son los gobiernos y que con tanta eficacia reproducen los medios.

El nublado empieza ya por la fecha conmemorada. Para el 15 de marzo de 2011, Siria, pese a su lentitud en sumarse a las revueltas árabes, ya había vivido pequeñas jornadas de protesta, alentadas desde fuera y reprimidas con dureza por la policía baasista. En el exterior, ya habían caído los dictadores tunecino y egipcio, y en Libia se intensificaba la insurrección y la represión gadafista.

Fue la espiral libia la que propició dos líneas de acción que habrían de resultar determinantes para el estallido del conflicto sirio. En la propia Siria, la represión gadafista hizo de combustible para que las pequeñas protestas se extendieran y llegaran a la capital, Damasco, el martes 15 de marzo. Sin embargo, no alcanzaron su masa crítica hasta el viernes de esa semana, 18 de marzo.

Como por azar, o no, entró entonces en juego una línea de acción exterior. La víspera de la primera explosión siria relevante, o sea el 17 de marzo, la ONU había aprobado la resolución 1973 que, so capa de establecer una zona de exclusión aérea sobre Libia, daba vía libre a Francia y Reino Unido, respaldados por EEUU, para atacar por aire al régimen de Gadafi. Se iniciaba así un conflicto que, dada la debilidad de los opositores libios, se prolongó hasta que el 20 de octubre fue linchado Gadafi. Después, el país entró en una descomposición de la que no sale.

EEUU, y sus aliados en el ataque a Libia, intentaron reproducir el mismo esquema en Siria. La idea era sencilla: al calor de las revueltas árabes -a cuya ignición esas potencias no fueron ajenas, y en la hiperpolicial Siria menos que en ningún otro lugar- Washington se desharía de dos de sus grandes bestias negras: Gadafi y el régimen de Asad.

Sin embargo, Rusia, que había cedido en Libia, se negó a hacerlo en Siria, núcleo duro de su patio trasero. Así desapareció la posibilidad de una derrota rápida de Asad mediante ataques aéreos masivos. Pero el conflicto ya estaba lanzado y degeneró en una compleja guerra de alianzas en cuyo balance parcial figuran 275.000 muertos, el Estado Islámico -de cuyo auge son responsables desde Asad hasta EEUU, pasando por Turquía y las petromonarquías - y, como pináculo, la nada inocente ola de refugiados sobre Europa. Todo por un mazazo fallido que ayer no se recordó.