Bueno, hay que ponerse en su lugar. Después de haber restablecido la confianza en España y librarla de un rescate que pintaba inevitable, ¿me hacen ahora esto, y me convierto en un maldito? Y alguna razón tiene, creo, porque ahora, creciendo al 3%, ya no nos acordamos del periodo en que caímos un 8%. ¿Qué es lo que ha pasado aquí -se dirá el hombre- si encima, aunque hubiera corrupción en el partido, jamás me lucré personalmente? Cada vez más insonorizado del mundo no habrá nadie alrededor que le diga que no tenía tanta razón Clinton («¡the economic, stupid!»), y que no cuenta sólo la economía, sino la probidad de las instituciones y los partidos, la solidaridad con los sectores más inermes, el papel redentor de la cultura o la cintura para manejar los nacionalismos. Y, sobre todo, que con la humildad no te equivocas nunca, y con la soberbia casi siempre, aunque la recites bien.