Tener hijos (hijas) en esa sociedad individualista es muy difícil. Una sociedad así, formada por personas egocéntricas, competitivas, hedonistas, alérgicas al compromiso, banales e insolidarias con los vulnerables (infantes, enfermos, ancianos), no propicia la maternidad por más que anime a ella con toda clase de señuelos y paradojas irresueltas. Por eso cualquiera que decida ser padre o madre debe enfrentarse a esas paradojas, además de a los problemas cotidianos de la crianza, los modelos enemigos (el adulto-céntrico, el niño-céntrico) que proclaman los distintos técnicos en pediatría divulgativa, los mitos asociados a la maternidad, a los bebés y a la familia, y el marco político (el capitalismo salvaje, el liberalismo insolidario) que explica la hostilidad que sienten y los obstáculos que se encuentran ellas, y cada vez más ellos también, cuando nace su primer hijo (hija).

Un hijo (hija), que le pone a uno en permanente estado de alerta por sí mismo y por las preguntas mudas que nos hace sobre la constitución política y social del mundo, requiere una continua adaptación a un medio cambiante y hostil, por poco que uno sea consciente y responsable de lo que se tiene entre manos, a prejuicios, inercias y teorías cerradas. Eso es lo que le lleva, a quienes los tienen, a interrogar compulsivamente a otras madres y a otros padres (porque cada cual es diferente y esa diferencia tiene que estar incluida en un discurso que se pretende igualitario) y a leer los manuales más serios y los textos de autoayuda (porque influyen en millones de personas que, a su vez, influyen en instituciones, leyes y el saber popular). Hay muchas cuestiones de gran calado que preocupan a las madres y padres: el colecho y el destete, que enciende de fascismo o de ingenuismo neorromántico las redes sociales y los anaqueles de las librerías; la ética del cuidado, tan necesaria en un mundo que hace todo lo posible por olvidarse de los débiles, y las repercusiones de la culpa, de las que se benefician los psicoanalistas y el resto de profesionales del alma; la conciliación de la vida laboral y la crianza de los hijos, algo casi imposible todavía hoy después de que sucesivos ministerios hayan propuesto iniciativas erróneas e hipócritas; el agotamiento y la soledad de las madres, que han sido desgajadas a la fuerza de la cadena milenaria que transmitía saberes, técnicas pediátricas y ayuda comunal; la Liga de la Leche y los abuelos como retaguardia de apoyo; la educación basada en la bondad innata del niño versus la educación basada en la necesidad de transmitirle valores positivos a alguien que nace con buena parte de su hoja de instrucciones para vivir, y para ser feliz y hacer felices a los demás, en blanco. Etcétera.

Un hijo (hija) no es sólo una oportunidad para cambiarle a uno sino también, y quizás sobre todo, una oportunidad para cambiar el mundo. Por eso hay que ponerle voz y sintaxis a muchas de las preocupaciones de los que tenemos hijos (hijas), y compartirlas para entre todos hacer una crítica profunda y bien argumentada de nuestro modelo de civilización, y para ofrecerles a ellos y ellas la oportunidad de crecer felices y armónicos. Dos o más pájaros de un tiro o, para ser más exactos, y para que no parezca una apología indirecta de la violencia, dos o más pájaros (el de la maternidad bien entendida y el de una nueva cultura, entre otros) volando libres y fuera del alcance de esos cazadores desalmados que se han convertido en el símbolo por antonomasia de nuestro mundo.