Quizá porque ahora no se estudia latín algún joven lector haya pensado que el titular es erróneo, que querría haber escrito momento, con o. Pero no es un gazapo. Memento es el tiempo imperativo del verbo memini, y significa recuerda. Se sigue usando el miércoles de ceniza, cuando la Iglesia teóricamente ponía fin a los tres días de un desenfrenado carnaval, que no era sino una forma popular, simpática y grosera, de mofarse de quien se pusiera a tiro y divertirse licenciosamente, ridiculizando todo cuanto pudiera serlo; un sacar los pies del tiesto, tan encorsetados a lo largo del año por la rígida moral religiosa.

En la orgía carnavalesca de tan solo tres días, estaba permitido hacer todo o casi de todo, pues había que concentrar el jolgorio entre un domingo y un martes en intensas jornadas en las que no faltaba la lascivia. Después, librada la batalla entre don Carnal y doña Cuaresma, ésta acababa ganando; pues si aquel simbolizaba el pecado, la cuaresma era la virtud.

Frente al libertinaje del carnaval, La cuaresma era la mortificación. Empieza con la imposición de ceniza en la frente, con la salmodia latina memento homo, quia pulvis eris et in pulvis reverteris: Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te has de reconvertir. Una frase que invita a la meditación, que concita la imagen de un ermitaño en reflexión observando una calavera, a la que nos tienen tan acostumbrados los pintores tenebristas, y que otros identificarán también con el soliloquio del Hamlet shakespeariano. Una idea de la fragilidad humana que pretende hacernos pensar en la fugacidad de nuestro paso por este mundo, en el que cuando la vida se nos escape enterraremos todas nuestras pompas y prebendas. Penitencia de la mente que acompaña a la del cuerpo, al que se le priva de la carne, en todos los sentidos, las carnestolendas.

Esta misma idea, aunque con un carácter más pragmático, la tenían ya en el Imperio Romano. Al general o Emperador que volvía a Roma victorioso lo recibían con todos los honores, y al tiempo que recorría en olor de multitud las calles de la ciudad entre vítores y aplausos, montado en una cuadriga, llevaba tras él un esclavo portando sobre su cabeza una corona laureada de oro, símbolo máximo del triunfo que festejaba, mientras en voz baja el siervo le repetía "memento mori": recuerda que has de morir. Que no se creyera un Dios, pues solo los dioses son inmortales.

Afortunadamente no hay ya esclavos en el mundo civilizado. Pero a fuer de incidir en la política española actual, deberían recordar -o aprender- nuestros aspirantes a la Presidencia del Gobierno algo de estas figuras. Pavoneándose como se encuentran algunos y henchidos de soberbia, pese a sus escuálidos triunfos, deberían tomar conciencia de que no son sino simples mortales, que están donde están más que por sus hechos, por las expectativas que han generado.

En ausencia del esclavo, los líderes deberían llevar acoplado un reproductor de audio, un iPod, que les recordara periódicamente que el carnaval se ha acabado y con él la soberbia y el orgullo personal. No son dioses únicos, sino mortales elegidos para una función concreta, que deben cumplir con espíritu de servicio, sacrificando sus apetencias de poder al bien común, cediendo en sus aspiraciones de mando si la función a la que han sido llamados a desempeñar así lo exige. Coaligándose ellos y sus distintos programas hasta donde sean compatibles. O retirándose, si es preciso, para dejar paso a otros políticos menos arrogantes y más permeables. O con otro carisma.

Quizá debieran poner en práctica la que me dicen imponían los tutores a los novicios de cierta orden religiosa, que los mandaban varios días sin dinero alguno a pedir el sustento, y tenían que ir por parejas; pero uniendo los preceptores para mayor escarnio a quienes en el noviciado menos simpatía se profesaban entre sí. Duro ejercicio de humildad y convivencia, que nuestros políticos no resistirían.

La situación política actual no tiene precedentes en la vida política española desde los dos últimos tercios del siglo XX; pero la condición del político lleva ínsito el requisito elemental de saber negociar, de pactar, de amoldarse a las exigencias razonables de los restantes partidos; de abandonar, en suma, la corona de laurel y bajarse de la cuadriga. Respice post te, hominem te esse memento: mira atrás, y recuerda que no eres más que un hombre.

*José María Davó Fernández es expresidente del Consejo de la Abogacía Europea