La oscuridad hipócrita de la hora del planeta, por Ángel Alonso Pachón

Contemplar, en un sinfín de películas, las imágenes impactantes del holocausto nazi, nos arrancó el compromiso de que jamás consentiríamos que aquello volviese a ocurrir. Estamos en el siglo XXI, siglo de marketing, siglo de eslóganes, siglo de «primaveras de esperanza»… Estamos en el siglo XXI, siglo de la indiferencia humana, siglo de la supervivencia del fuerte, siglo de la mentira programada, siglo de la verdad a medias. 19 de marzo de 2016, tercer sábado, día de la Hora del Planeta, plaza de Cibeles, Puerta del Sol, plaza de Oriente, 20.30 horas… un silencio lleno de sorprendente oscuridad nos atrapó… ¡Oh!, ¡Oh!, ¡Oh!... Ya en casa, sentado, con luz, pasaron por mi cabeza las filas infames de seres humanos buscando paz, pasaron las madres de ojos aterrorizados alimentando de hambre a los bebes de la esperanza, pasaron los hombres de dura mirada pero de manos suplicantes, pasaron los jóvenes con mochilas de futuro, pasaron las cadenas humanas atravesando las corrientes frías de los ríos, pasaron, por Dios, las niñas, «nuestras niñas», llorando, por los piojos, por la pérdida de sus hermosas melenas, pasaron, también, los niños, de ojos limpios, sin maldad, jugando a salvar las tiendas destrozadas por los vendavales… Lloré… Lloré, con luz... Pensé que me encontraba en los campos de la sinrazón de la Alemania nazi… Lloré porque en la oscuridad de la noche madrileña me acordé de mi calefacción, de mi medio ambiente, de mi futuro… me olvidé de los que malviven sin apagar las luces porque tienen que buscar la comida debajo de los raíles. Lloré… Lloré… porque los hombres también lloran.

Que se rían de nosotras, por Simeón Ibáñez Llera

Muchos de los que nunca han sufrido de verdad la pobreza minusvaloran, no quieren saber la tragedia que supone, porque eso les obligaría a ser mucho más solidarios con los demás. La pobreza, con demasiada frecuencia, acumula una falta de comida adecuada, de abrigo suficiente, de salud general e incluso de equilibrio emocional. Se pierde la libertad, sensibilidad e incluso auto respeto. Con brutal realismo lo han revelado las rumanas humilladas por unos jóvenes que les echaban monedas al suelo en la Plaza Mayor de Madrid: «¡Ojalá todos los días algunos se rieran así de nosotras!». ¿Cómo no recordar el adagio latino: «Por vivir, perder la razones por las que vale la pena vivir»? Y la culpa de ello, no nos engañemos, no es sólo de unos jóvenes despiadados, sino de todo un sistema creado y mantenido por una sociedad que somete innecesariamente a un alto número de sus miembros a un modo de vida indigno de tal nombre, subhumano.