Tragicómico destino el de doña Rita Barberá. Fue durante mas de veinte años el santo y seña del peculiar modelo valenciano de gestión municipal y ha terminado arrojada al fuego del oprobio tras el escándalo provocado por el descubrimiento de las tramas de corrupción que crecieron a su alrededor. Y todo ello en plenas fiestas patronales cuando la ciudad del Turia se llena de visitantes, el aire huele a pólvora y por calles y plazas se queman las fallas, esos monumentos efímeros en honor a San José, patrono del antiguo gremio de los carpinteros.

En los tiempos felices del desarrollismo especulativo, los pelotazos urbanísticos y las obras faraónicas, raro era el año que un muñeco (ninot) representando la oronda figura de la alcaldesa no aguardase turno para ser consumido alegremente por las llamas la noche de la «cremá». Era un personaje popular y apreciado en el ámbito social de la derecha y sus vecinos se lo retribuían con arrolladoras victorias electorales. Pero desde hace unos años los vientos hasta entonces favorables cambiaron de signo, las noticias sobre la corrupción en el PP levantino se hicieron habituales en los medios, y los jueces empezaron a meter la mano en el pringoso lodazal de los turbios negocios que se tramaban al amparo de las instituciones publicas. Hacer una relación de todas las corruptelas que se desvelaron estos años, desde los trajes que le pagaban unos comisionistas a un exdignatario hasta el episodio de aquel dirigente que fue grabado contando billetes, requeriría un tomo del grueso de una guía telefónica. Hasta que, devanando la maraña de hilos de los distintos ovillos, se pudo observar que todos conducían a doña Rita Barberá, en la que un juez ha descubierto indicios de posibles comportamientos irregulares durante su larga gestión al frente del Ayuntamiento valenciano.

Como resultado de todo ello, el PP le ha abierto un expediente informativo junto con otros 54 miembros de su partido que habían ejercido responsabilidades institucionales, y no faltan voces dentro de su partido que están a favor del decretar el cese de su militancia. Ella alega que no sabe nada y que no firmó ningún documento, ni dio una orden, que pueda comprometerla. Más o menos como hizo también la señora Aguirre, esa ilustre correligionaria suya que dijo sorprenderse de tener una charca de ranas en su despacho, todas croando, dando saltos y papando mosquitos impunemente hasta que un juez mandó a la cárcel a la más gorda.

A finales del pasado mes de enero, cuando el caso Taula estaba en sus inicios, escribí un artículo en el que avanzaba que sería una relativa sorpresa que se acreditase que la señora Barberá no se lucró personalmente de lo que el juez denomina «organización criminal». Al fin y al cabo, la exalcaldesa ya declaró en su día que no poseía otros bienes que un viejo automóvil marca Lancia y un pequeño paquete de acciones. Un rasgo de carácter, este de la austeridad personal, que suele ser común en quienes detentan el sumo poder en una organización. Y recordaba yo (quizás el ejemplo estuvo mal traído) que cuando la policía italiana detuvo al capo de la mafia Toto Riina este vivía pobremente en una choza en el campo.