Tres meses ya sin Gobierno. No parece que fue ayer. Todos han engañado a todos y el único acuerdo es el que tienen Ciudadanos y el PSOE, que se dispone no obstante a abrir conversaciones por el flanco izquierdo de nuevo. Podemos consume energías en crisis internas, en buscar la belleza, y Rajoy da una noticia de alcance no por eso menos temida: «No voy a retirarme de la política». Quedan seis semanas y la simulación de hiperactividad tiene todos los visos de continuar. Lo único, que no es poco, que ha cambiado, es que ahora no son los mismos los que temen unas elecciones. Ni los que las desean. Los nuevos comicios serían a finales de junio, con lo que entre pitos y flautas, a ojo más flauta que pitos y además agosto, el país estaría paralizado casi como el que dice hasta final de año. En España lo provisional siempre ha durado mucho. Quien más y quien menos tiene alguna chapuza que le han hecho en casa o en el coche o el trabajo, «provisional, provisional, ya me paso otro día y lo arreglo del todo»... y ahí sigue.

A este paso, algunos ministros van a hacerse viejos provisionalmente y serán ministros provisionales más tiempo que oficiales. Tenemos jefes de negociados provisionales y subsecretarios provisionales y subdelegados del Gobierno provisionales y en esa provisionalidad toda lo único que va funcionando es el 75 aniversario de El Corte Inglés y la Liga de Fútbol. Endesa también falla y ayer nos dio un apagón matinal como si nos diera un aviso u homenaje o detestara la primavera o no pagásemos un puro recibo. No obstante, no es pequeña la felicidad que proporciona que un Gobierno no nos mate a leyes y decretos, intenciones, normas o calendarios laborales; y un aire zumbón pero dulce de anarquía se instala entre nosotros. Lo mismo hasta ganamos Eurovisión. Nuestras vidas sin poder Ejecutivo. Ministros que hablan para no decir nada porque ya no pueden decidir. Grandes tiempos para los administradores de la inercia.