Si el quince de abril es la fecha tope para que se conozcan quiénes aspirarán a la secretaría general del PSOE (las primarias se celebrarían el ocho de mayo) Susana Díaz tiene que decidirse ya, si es que no lo ha hecho. Y anunciar su plan (sí, quiero) después de Semana Santa. Están vendiendo la piel de Sánchez antes de cazarlo y nadie sabe si antes del 15 de abril puede tener un acuerdo -que pase por la abstención de Podemos- y convertirse en presidente o lo que puede tener encima es un tufo a cadáver político que sepa a gloria en Sevilla. Ayer ABC daba ya buena información y calendario y atribuía intenciones a la presidenta y al socialismo andaluz, que suma casi un cuarto de la militancia nacional. Las cuestiones que se suscitan (y las luchas) a propósito de todo esto no son pocas. No tenemos respuesta para ellas, pero por lo menos con las preguntas rellenamos una parte de la columna: ¿quién se quedaría como presidente o presidenta de la Junta?, ¿y con el partido en Andalucía?, ¿alentaría Díaz renovaciones en las direcciones provinciales?, si es candidata en unas nuevas elecciones, ¿cómo influirá en los votantes su conocida aversión a Podemos y su afición al concepto España indisoluble?, ¿se la verá en Triana los fines de semana?, ¿A qué se dedicará Pedro Sánchez?, ¿Recuperaría Susana Díaz a Madina? Va de suyo que no hay ni que preguntar con quién se alinearía el casi todopoderoso socialismo andaluz.

En el entorno de Díaz saben que si se deja pasar esta oportunidad puede no haber otra en cuatro años, que aunque es lapso pequeño en vida larga sí es tiempo más que suficiente para ajar ambiciones, templar caracteres y consolidar y endurecer, por brega, hasta al carácter más merengue o blandón. Ya dijimos aquí que ha deshojado tantas margaritas que se le han acabado y se ha pasado a las amapolas. El socialismo consume de nuevo energía en lo que más le gusta: el debate interno. Saldremos de dudas pronto, tal vez con aún sabor a torrija.