Twitter fue útil para ganar tiempo -y no para perderlo- el domingo pasado. Contaba el Telediario el accidente de autocar de las estudiantes de Erasmus en Tarragona. Cuando llegó ese momento ininformativo de las condolencias de los líderes políticos -ahora media docena- evitaron los canutazos de obviedades de sesión vermú con cejas circunflejas y afligidas, plancharon unos pantallazos de sus cuentas de Twitter y prosiguió la información sin robarnos más minutos viendo a alguien aprovechar la desgracia ajena para la promoción propia. Es posible que algún periodista tenga que justificar mejor su jornada dominical pero ganamos todos como espectadores y ciudadanos. Habría que quitar incluso estos mensajes antinoticiosos y sacar sólo el tweets del líder que escribiera algo impropio.

Twitter cumple 10 años largando mensajes cortos. La mayoría para perder tiempo. Así era en 2009 cuando Pear Analytics, empresa texana de investigación de mercado, analizó 2.000 tuits (estadounidenses y en inglés) durante dos semanas de agosto: el 40 por ciento eran cháchara; el 38 por ciento, conversaciones; el 9 por ciento, retuits (equivalentes a cuánta razón o a mira qué tontería me mandaron); el 5 por ciento, autopromoción y dos partes de 4 por ciento eran mensajes basura y noticias. Twitter ha facilitado que por el pico mueran peces que saben equivocarse en poco espacio y, sobre todo, en poco tiempo. Es posible que haya enseñado a decir algo importante en menos palabras; es seguro que ha hecho figuras del bote pronto y estrellas de pulgares locos. Como el resto de los medios de comunicación que dan voz a particulares, ofrece oportunidades mucho mayores a twittstars que se mueven con soltura en los medios tradicionales. Ese fenómeno se acentúa cada vez más porque no somos nadie. Lo que haya que decir de menos de 140 caracteres es lo de menos.