Enfadado no escribo bien. Se me mancha la tinta de una sangre encendida y caliente que trastorna el artículo, lo vuelve airado y bilioso y acaba teniendo un color como de víscera expuesta a la intemperie. De poder elegir, prefiero escribir con cierta calma y sin la rabia golpeándome las sienes con la cadencia del tambor en la batalla.

Por eso para escribir ahora, con el eco aún de las bombas en Bruselas, he puesto la Misa en Mi menor de Johan Sebastian Bach, porque tiene la facultad de serenarme el ánimo y porque en su armonía cabe entera la noción de Europa, la Europa en la que creo, la que he visto paseando por sus calles y raras veces en sus parlamentos, la de la libertad, el civismo, la inteligencia, el estudio, la belleza, la música, el arte, la civilización y el derecho, la Europa que viene de Grecia y de sus valores, la acogedora y la tolerante, la humanitaria.

Como me enseñó el maestro Alcántara, soy de todos los sitios donde he estado y de algunos en los que no he estado todavía, de modo que soy de Bruselas porque en dos ocasiones mi alma se ha extasiado contemplando la sublime belleza de la Grand Place, y luego he dejado que la vida me sorprendiera deambulando por sus calles casi parisinas llenas de prisas europeas. Una vez, en una de esas calles, encontré sobre la puerta de un garaje un luminoso de neón que decía «El capitalismo asesina el amor». De todas las palabras, solo ´amor´ era intermitente, se apagaba y se encendía. Hoy lo he recordado como recuerda uno siempre las más certeras metáforas. Si siempre me pareció Bruselas, con su cielo gris estaño, la ciudad más bella del mundo para morirse de tristeza, en estos días no me queda otra opción que reafirmarme en la definición.

Pero nada me calma este dolor, ni Bach ni el recuerdo de esa ciudad que amo. Bastan unas bombas para que a uno se le remuevan los cimientos de sus certezas, para que se replantee lo que cree creer. Yo tomé un día ese metro, facturé en ese aeropuerto, anduve por esos andenes y esos pasillos. Iba con mi hija de la mano y bien pudimos ser nosotros quienes hiciésemos un inesperado transbordo a la muerte con el billete pagado por la sinrazón. Pero no podemos dejarnos llevar por el deseo de venganza ni por el miedo, que es su detonador. Hay que seguir creyendo en que la libertad, el respeto, la razón y el humanismo son el único camino posible. Todo lo demás acaba en sangre derramada.