Ya se acaba. Única, irrepetible, de eso no cabe duda. La Semana Santa de Málaga no tiene parangón, ni maniguetas, y una vez más ha abarrotado el Centro de la ciudad para gozo de hosteleros y comerciantes, salvando los nubarrones del primer fin de semana y la oscura amenaza de una huelga de limpieza en la ciudad que, aunque no lo parezca si miramos el suelo, que quedó desconvocada antes de los dolores. Del viernes, quiero decir.

Algo tiene la Semana Santa de Málaga para que hasta el más reconocido de los ateos de esta redacción se asome a la ventana al mínimo toque de una campana para admirar una maniobra en la doble curva, una petalada o simplemente para imitar los rostros del gentío que abajo se agolpa y colapsa las calles hasta la madrugada. Algo debe tener cuando la calle Carretería parece una mañana de Jueves Santo cualquier playa en la que se pueda reservar el sitio un domingo de agosto. Filas de asientos desde Ollerías hasta la Tribuna de los Pobres, donde los que esperan ya son legión a las nueve de la mañana, esperando a otra legión que va desembarcando en coche, tren o barco en Málaga para ver a la Legión. El noviazgo llegará hasta la muerte a este paso. Algo oculto debe tener esta semana, a mitad de camino entre la exhibición y el recogimiento, que la hace impresionante. Porque es impresionante. Como un gol de Leo Messi o como las albóndigas de mi tía. Es impresionante, y algo debe de tener. Algo.