Me he encontrado a Pere Gimferrer. Supongo que para usted no es una gran noticia. Para mi sí. Además fue impactante por el lugar: Málaga. Si te encuentras a Gimferrer por las Ramblas la cosa puede tener cierta gracia pero quizás no mucha sorpresa. También puedes encontrártelo sin que te embargue el asombro en un recital poético o en un programa de la 2 a las dos de la madrugada. Pero no. Fue en el Rincón Catedral, regentado por Emilia, la dueña, que atiende maternal y primorosamente, y donde dan un gazpachuelo espectacular. Estuve tentado de pedirle que nos hicieramos un selfie, pero aún nuestra botella de Cune no había avanzado tanto como para tal atrevimiento. Llevaba bufanda, que es como yo siempre he imaginado a Gimferrer, al que le dieron el Nacional de Poesía hace décadas por Arde el mar.

Tal vez Gimferrer necesita de cuando en cuando venir a otras latitudes marinas o costeras para comprobar cómo arde o late o se enfría el mar fuera de su Barcelona natal. Gimferrer es autor también de unos dietarios que abarcan más o menos del 79 al 82 y que creo están recogidos en dos volúmenes. Básicamente son artículos que publicaba en el desaparecido diario El Correo Catalán. También escribió una novela, Fortuny, a principio de los ochenta. Como un hito en su vida viene en la Wikipedia que un año se desmayó en la entrega de un premio Planeta. No nos aclaran si fue al conocer el nombre del premiado. Desmayarse no tiene demasiada importancia. Si acaso tal vez para el que se desmaya y para el que está al lado, que puede sufrir un susto y alguna mancha si el desmayante o desmayado agarra la mesa y arrastra consigo en su caída algún plato. En el Rincón Catedral no sufrió ningún desmayo y tal vez sí un embelesamiento al probar los judiones con rabo de toro, otra de las grandes especialidades del lugar.

Tenía que haberme hecho el selfie, insisto, pero ese pudor que cercena el ofrecer muestras de admiración, tal vez el pudor más idiota, me lo impidió. Podría tener esa imagen en mi Facebook y Twitter y ser la envidia de todos los aficionados a la poesía, a los selfies, al Rincón Catedral y al dietarismo, la novela, la poesía y la buena cocina casera. Gimferrer es miembro de la Real Academia de la Lengua pero como el local estaba muy lleno y la mesa no era muy cercana a la mía no pude oír con precisión cómo pide un académico que le traigan más agua o más patatas fritas o un poco de mermelada de arándanos para la tarta de queso. Ignoro si tenía sinónimos abundantes para un cortado o si alcanza a distinguir entre un sombra y un mitad. Así es la vida: estás comiendo y reparas en que Gimferrer está cerca. No Rajoy o Ana Rosa Quintana o Bill Clinton o un nieto de Charles Aznavour. No. Gimferrer. Es decir, reparas en lo que nadie en el restaurante había reparado, dado que el prestigio de Gimferrer es tan grande como pequeña su gran fama, estando como estamos en una sociedad, nadie lo ignora, que hace más conocidos y célebres a los balompedistas, cocineros televisivos o actrices de reparto que a los poetas. Inclusive a poetas capaces de escribir: «Y la muerte de blanco soltará su jauría». O todas las noches, en el snack/, mis ojos febriles la vieron pasar./ Todo el invierno que pasé en New York/ mis ojos la buscaron entre nieve y neón. Y eso, años antes de probar el gazpachuelo.