Sólo uno datos. España, Andalucía y la Costa del Sol cerraron en2015 uno de sus mejores años turísticos. España se consolida como tercer destino mundial en llegada de turistas internacionales tras Francia y Estados Unidos, salta al segundo lugar en ingresos por turismo, además de ser el primer destino mundial en competitvidad turística, según el índice mundial elaborado por el World Economic Forum (WEF) gracias a sus recursos culturales, infraestructuras y adaptación a los hábitos de consumo digitales de los turistas. Somos, por tanto, una gran potencia mundial y nuestra economía tiene una dependencia elevada de la industria turística. Pero pese a todo ello, no existe una apuesta decidida por parte de las administraciones para proteger e impulsar todo lo relacionado con esta industria al igual que se hacen con otras que aportan menos y crean menos empleo que el turismo. Es más, durante años hemos asistido al debate de que se debería cambiar el patrón del modelo productivo español, pero lo cierto es que hoy, y tras pasar una de las crisis más duras que ha afectado a España, el incremento del PIB se sostiene por el pulso del sector servicios y, en particular, del turismo, que incluso en época de crisis ha aguantado el tirón pese a la caída brutal del mercado nacional sin capacidad de gasto. En estos años, no hemos tenido grandes noticias de la aportación de la industria clásica y hasta el Fondo Monetario Internacional le mete mano al turismo y considera que la excesiva dependencia del sector servicios debilita la estabilidad económica de España. El FMI menciona como causas de esta debilidad estructural la baja productividad, una tasa de paro elevada y el excesivo endeudamiento, y señala que las causas de esta debilidad pueden sintetizarse en una idea sencilla: la economía española no ha cambiado su patrón de crecimiento. Sigue dependiendo obsesivamente del turismo y de la construcción.

Bueno. Si en una década hemos sido incapaces de cambiar el modelo productivo y la aportación del turismo al PIB es decisiva y somos la segunda potencia mundial, lo oportuno sería realizar una apuesta decidida y estratégica para que la industra turística afronte con solvencia los retos de futuro, léase innovacción; desestacionalización; empleo de calidad; rentabilidad o la lucha contra la oferta ilegal y las webs que venden plazas alojativas que no pasan las inspecciones ni pagan sus impuestos como la oferta reglada. ¿Se imaginan a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) escatimando recursos sobre sus pozos petrolíferos? Pues, en España, aunque se ha avanzado un mundo, el turismo sigue sin tener la consideración que sus números merecen. Los ayuntamientos costeros, en la mayoría de los casos, sólo destinan un 1% de sus presupuestos al cuidado de sus playas y de toda la oferta que necesitan; los chiringuitos llevan años esparando que se regularice sus concesiones para poder invertir y modernizarse; todos los años asistimos al debate estéril sobre la necesidad o no de aportación de arena a las playas tras los temporales; el saneamiento integral es ya un mal endémico; asistimos abochornados al fiasco de las escuelas de hostelería..., y todo en una provincia donde por suerte sí se tiene en consideración al turismo como principal motor económico. Imagínense en otras zonas que o tengan esta sensibilidad.

Pero más allás de todas estas necesidades, el turismo necesita de forma imperiosa sumarse a la innovación sin más demora. Lo decía hace poco el consejero de Turismo, Javier Fernández, que insistía en el mensaje de que Andalcuía debe situarse en la vanguardia de la innovación en todos los campos de la actividad turística. Empezando por la promoción y la comercialización directa a través de los smartphones hasta fomentar un clima favorable para que los emprendedores vean en la industria turística un nicho interesante donde invertir. Hay que desarrollar proyectos de apps, por ejemplo, que mejoren la experiencia del cliente (oferta de planificación y personalización de las experiencias); impulsar playas con wifi y con una app que facilita información al usuario sobre comercios, restaurantes y sitios de interés como ya tiene Mallorca; centralización de contenidos digitales a través de paneles interactivos en puntos de información turística; la aparición de nuevos servicios basados en la explotación de la información digital del uso del destino (o big data), en forma de nuevas demandas de servicios; aplicaciones de conserjería para smartphones y tablets que permitan al hotel acerca al móvil de su cliente a su directorio de servicios, además de facilitarle interactuar con el personal; trabajar en los perfiles inteligentes de los clientes para poder ofrecerles experiencias personalizadas...

Este es el reto mayúsculo del turismo para mantener ese liderazgo y ser más competitivos en un mercado donde los turistas son los que ahora deciden a golpe de click donde disfrutarán sus vacaciones. A las administraciones les toca impulsar este clima emprendedor y creerse de verdad que, mientras llega ese cacareado cambio del modelo productivo, el turismo abre los 365 días del año y da resultados.