Que haya coincidido el final de la Semana Santa con el cambio de hora, no hace sino aumentar la sensación de que el verano está a la vuelta de la esquina. Ya saben, operación bikini, turismo, estacionalidad, vacaciones, planes para después del verano, los coleccionables y Navidad.

Cuando era chico y llegaba el Domingo de Resurrección recuerdo que alguna vez le pregunté a mi madre: Mamá, ¿estas han sido las vacaciones en las que después cambiamos de curso? Un día, una semana o todo un verano, el tiempo pasaba muy despacio con una sola pantalla en casa, con solo dos cadenas y los bocadillos de mantequilla. Ahora tenemos muchas más pantallas, muchas más cadenas y muchos menos bocadillos de mantequilla.

Dicen que cuando te lo estás pasando bien el tiempo pasa rápido, pero cuando tienes 4 años, el tiempo no existe.

Cuando tienes 4, le puedes pedir a los Reyes Magos los clicks de Famobil de policía aunque estemos en marzo, porque los Reyes lo saben todo, y también puedes tocar el tambor durante todo el año.

Cuando tienes 4 no ves mal preguntar, preguntar por qué, preguntar cómo, y preguntar por qué otra vez, porque tienes 4 y todo vale. Puedes tener hambre después de haber comido. Los problemas de autoestima con 4 se arreglan «autogritándote» gol del Málaga cuando marcas un gol con un balón viejo y diciendo bien por mi.

Cuando tienes 4, desvelar el misterio de «¿Qué vamos a cenar?» es una aventura estupenda, ante la que se pueden abrir muchas historias de luchadores de macarrones contra brócolis. Cuando tienes 4 pararía el tiempo. Ése que para ti no existe.