La democracia sigue su curso, entretenida con sus novelones de investidura y sus oraciones subatómicas mientras por aquí se desvanecen los tambores y el mundo se prepara para los traslados -para el cofrade, lo cofrade es el mundo-con pavorosa impiedad. España es cada vez más un país en el que hasta los dioses aproximativos se echan a las calles y si, les dejan, de ahí no se van. Suena la marmota con su pachorra estridente y en el Parlamento las tensiones cambian de dirección. Tanto se ha apostado esta primavera por la disensión, que la falta de acuerdo para formar Gobierno ha devenido en falta de acuerdo total, con un exquisito toque esquizoide y fractal que amenaza con volatilizar a todos los partidos sin distinción. Después de más de un trimestre de intenso perreo mediático, aquí ya nadie se fía ni de su sombra. Más pronto que tarde las Cortes serán Hamlet y la calavera por los pasillos buscará el cobijo de una acacia y se marcará un vals. Llegados a este punto, sería conveniente apurar hasta el límite el prurito científico y experimentar cuánto más puede aguantar una sociedad sin Gobierno y con espíritu de Bartleby, fiel al quietismo trabasilábico del presidente Mariano Rajoy. Nunca antes, ni siquiera en los años locos de Estoril, se había citado un Borbón con tanto plebeyo para filosofar en secreto sobre el arte de investir. Se está poniendo el dramón tan fino que si no fuera porque lo de Franco no salió bien, lo mismo aparece otro deficiente mental con rosario y lo ponen a pegar tiros y a cagarse en las autonomías y en los estados-nación. La democracia era esto, sí, pero ¿tiene que serlo con estos tiempos? ¿No se podían acortar los plazos? La reforma de la ley electoral que se necesita es más amplia y compleja de lo previsto inicialmente. Y esto, aunque secundario, también se antoja en un asunto a revisar. No es posible consagrar más de un trimestre al juego de la margarita sin caer a la vez en la ciénaga de la procrastinación. España es una empresa que se volvió para mañana justo cuando más necesitaba ser para ayer. Y que puede que se torne en una maniobra frente a los abismos, a la desesperada, con hojas de perejil sobre el santo y bolas de cristal. Fiel al nuevo estilo de la economía, el país ya sólo vive en condicional y en la lectura de las encuestas del CIS. El resto es una comedia ligera. La gente empieza a seguir más el juicio del caso Noós, que lo ponen a la misma hora en la televisión.