Irónicamente, los atentados terroristas y la psicosis de miedo provocados desde el Isis-EI-Daesh, o como quieran llamarlo, alienta en la Unión Europea un sentimiento de vulnerabilidad y frustración. El Estado Islámico ya es para numerosos analistas algo más que una «autodenominación». Tiene un territorio, un ejército, apoyo exterior y relaciones comerciales, parámetros, todos ellos, constituyentes de un estado. En Europa, la única unidad efectiva es la monetaria -no vigente en algunos de los 28- y la de los pactos oportunistas frente al enemigo exterior -por ejemplo, las migraciones de aspirantes al estatus de refugiado- que ni de lejos se parecen a un sistema defensivo común. La OTAN no es solo europea ni sus movimientos responden en sonadas ocasiones a los intereses europeos.

La ironía está en que el sanguinario esperpento de la yihad, que hace invocar el «estado de guerra» a ciertos dirigentes de la UE, empieza a sembrar una conciencia de inviabilidad y fracaso precisamente por no ser un estado federal, plurinacional, o lo que proceda. El sentimiento de exclusividad nacionalista se sobrepone incluso al reclamo de un sistema de inteligencia común frente a la agresión del terror, como se ha constatado trágicamente en el caos de imprevisión y la impotente respuesta de los belgas. Hasta un líder discutiblemente demócrata como Erdogan ha podido tratar de estúpidas a las autoridades que dejaron entrar en libertad a un terrorista por él denunciado con cara y ojos, nombre y apellido. La masacre en una zona próxima a los centros neurálgicos de la Unión ya focaliza sin lugar a dudas el objetivo del Isis.

Los valores de la democracia y el sistema de vida de los países libres no pueden entenderse, sin gravísimo riesgo de destrucción, como un limbo de permisividad y manga ancha. A los atentados que vienen del exterior se unen los del interior de la Unión en forma de ultraderechismo antieuropeo. Son energías antitéticas que confluyen en los mismos objetivos, y frente a ellos clamamos la necesidad de «más Europa». Ese plus indispensable tan solo tiene un camino, y es el que lleve a una integración de verdad, un esfuerzo federativo a todos los niveles hasta que lo europeo esté realmente por encima de lo alemán, lo británico, lo húngaro, etc. La fragmentación sin precedentes del actual Parlamento Europeo aún respeta la mayoría unionista. Antes de que se rompa, hay que luchar por más Europa, que es como decir «otra Europa». La que conocemos no funciona.