Estos tiempos de efervescencia política nos traen también una efervescencia para los radiofonistas, que cada mañana tienen primeros espadas en sus estudios. Hay eras en las que esos primeros espadas prefieren usar la daga en el pasillo monclovita o de partido con discreción y sin micrófonos. Pero ahora todos quieren aparecer o comparecer en esas ondas cargadas de mensajes políticos que nos llegan cada amanecida. Rajoy con Alsina, Garzón con Herrera, Cifuentes con Losantos, Sánchez con Pepa Bueno. Eso una mañana cualquiera. Y el carrusel continúa por la tarde con los programas de Francino o Expósito o Julia Otero. Nunca la radio fue tan previsible ni tan interesante. Nunca tan utilizada por los políticos. En el buen sentido del término. Del término utilizar, no político. Tal vez haya otros que prefieran fijarse en el papel de las redes sociales. Prefiero yo detenerme hoy en la radio, a la que no le ha llegado tanto el sunami de internet como a la prensa y para el que la televisión se prepara. Hay días en que uno oye más la voz de Albert Rivera que la de su mujer, lo cual no ocurre por gusto de uno y sí más bien por mor de los horarios y de esa afición de darle al dial sin descanso o de sintonizar en el ordenata alguna frecuencia mientras se deja avanzar la jornada y se perpetran los quehaceres con más o menos tino y acierto.

Vuelve la expresión ´lo he oído en la radio´, lugar también sacrosanto de los tertulianos que nos alegran o irritan o aciertan a verbalizar lo que pensamos o incluso lo que no sabíamos que pensábamos. Los hay cagatintas, tiralevitas, doctos, filósofos, apesadumbrados, pesebristas, dogmáticos, ponderados, inteligentes o indocumentados. Como también van a la tele, su aspecto ha dejado de ser misterioso, como ocurría con los radiofonistas de otras décadas, a los que los radioescucha no ponían careto. Sólo acertaban a verle la faz si se llegaban a la provincia de uno a dar una conferencia, a hacer el programa en directo o a firmar un libro que recopilara anécdotas de su programa.