El resultado electoral de diciembre ha arrojado un panorama al que no estábamos acostumbrados en estas latitudes. La prueba es el bloqueo político que vivimos desde entonces y el anómalo resultado de tener un Gobierno en funciones que se niega a dar cuentas de sus actos al Parlamento salvo de manera excepcional. Pero el que no estemos acostumbrados no quiere decir que lo ocurrido sea necesariamente malo. En otros lugares tener que negociar, ceder, buscar acuerdos para formar mayorías es algo habitual y pone de relieve la madurez, la tolerancia y el espíritu de compromiso de esas sociedades. En mi opinión es muy bueno tener un Parlamento fuerte que controle de verdad al Gobierno y no se limite a ser una mera caja de resonancia de sus decisiones, como ha ocurrido en España hasta ahora. Es lo que desde Tocqueville se llama «separación de poderes» y que es consustancial con una democracia plenamente operativa. Los ciudadanos se han expresado y la función de los políticos en este momento es ofrecerles lo que han pedido.

Porque el problema no es ni el país ni los resultados electorales, el problema son los políticos, que ponen su suerte personal por encima de la conveniencia de su partido y no digamos de la misma Nación, algunos de los cuales confunden ser modernos con ser maleducados e ignoran que no respetar a las instituciones redunda en su propio menosprecio. Gentes pegadas a los sillones que tienen o que desean tener cuanto antes, que en esto no hay diferencias de castas. También los partidos se han convertido en estructuras cerradas, anquilosadas y corruptas, más pendientes de sus intereses corporativos que de los deseos de sus electores y de la voz de la calle.

El país asiste con creciente irritación al culebrón de si los políticos se ven, se sonríen, se hablan o se telefonean. Una poesía decía algo así como «hoy la he visto, hoy la he visto y me ha mirado, ¡hoy creo en Dios!» O algo parecido. Pues igual andan Pedro, Pablo y Albert. Rajoy, no. Él no está al teléfono. El resultado obtenido por PSOE y Ciudadanos en las frustradas sesiones de investidura era el esperado, pues sus argumentos solo convencieron a los que ya lo estaban, con la excepción de Coalición Canaria. Los demás ni siquiera los consideraron. Por parte de Rajoy creo que lo inteligente hubiera sido decir: «No me gusta lo que han acordado pero lo voy a estudiar para ver en qué puedo coincidir y qué tendría que pedirles que cambien si quieren contar conmigo». La bisoñez de Pedro Sánchez proclamando a diestro y siniestro que estaba dispuesto a pactar con todos pero nunca con el PP, que casualmente tiene siete millones de votos detrás, es una niñería impropia de quién desea gobernar un país serio. Mientras Ciudadanos ha mostrado actitudes abiertas, Podemos se ha limitado a hacer electoralismo vacío porque no es verdad que haya una mayoría de izquierdas, no se puede decir que al PP o a Ciudadanos ni agua, y que si el PSOE se quiere entender con ellos no tiene más que abrazar un programa irreal pues ni hay dinero para sus propuestas ni las reformas que desea llevar a cabo son realizables sin los votos del PP... a menos que se salten la Constitución y algunos parecen considerar esa posibilidad. Podemos está contra el sistema y su objetivo no es unir fuerzas con los socialistas sino fagocitarlos y cada día que pasa se les nota más. Por su parte, los partidos pequeños se han limitado a preguntar que qué hay de lo mío, cuando aquí lo que está en juego es lo de todos.

Pero el bloqueo podría transformarse en oportunidad para hacer un país nuevo y por eso el Rey ha decidido dar un tiempo extra de reflexión mientras la crisis afecta a la economía (ha rebajado la expectativa de crecimiento del PIB este año del 3,2 al 2,7% y podría bajar más si se convocan nuevas elecciones porque en España ahora no invierte nadie), y también afecta a la política permitiendo a los catalanes seguir con su raca-raca y a los vascos hacerlo con más inteligencia, aunque ninguno tenga interlocutor con quien hablar.

Por eso me gustaría ver una actitud diferente. Que los políticos que saben que son una rémora se retiren para dar paso a otros sin hipotecas, que nadie trace líneas rojas excluyentes, que se pongan sobre la mesa ideas, reformas y proyectos y se analicen sus méritos al margen de la formación que los ha presentado, que se estudien seriamente cuáles podrían ser los puntos de entendimiento y el mínimo común denominador aceptable para todos. Y pactar luego un gobierno para llevar a cabo las reformas que el país reclama con los votos necesarios para que sean aprobadas, aunque a nadie entusiasmen precisamente porque todos pueden vivir con ellas, para que nos den otros cuarenta años de fructífera convivencia civilizada. Alguien me dirá que esto suena a Transición y es cierto pues es su espíritu posibilista y de concordia (muchos jóvenes hoy lo desprecian por ignorancia) el que hay que rescatar. Y porque ya he dicho que no creo que haya más diferencias entre Rajoy y Sánchez que las que en su día había entre Fraga y Carrillo... como no sea que los últimos demostraron tener sentido de Estado cuando España lo necesitó.

Pero me temo que el futuro no lo dictará el altruismo sino las encuestas que hacen los partidos y lo que les auguren en caso de nuevas elecciones. Así nos va.

*Jorge Dezcállar es diplomático