Ellos hacen ver, pretenden, figura, disimulan, hacen como que no, pero en el fondo, se lo guardan todo, lo archivan todo y les duele todo. Sí, también disfrutan de todo, pero menos que los auténticos protagonistas. Así que el equipo que lidera Santi Hernández, el técnico de Marc Márquez, se comió con patatas, enterita, toda la metedura de pata del Gran Premio de Australia 2013, y aunque acabaron ganando aquel Mundial convirtiendo a su niño en el mejor rookie de la historia y en el campeón más joven en poco menos de un siglo, ellos seguían con la espinita clavada por aquel error, por no saber contar, por equivocarse de vuelta.

Así que cuando el domingo supieron que la carrera volvía a ser con cambio de moto entre las vueltas 9, 10 y/o 11, se frotaron las manos. «Va a ser nuestro día», gritó Márquez en el box. Hubieron muchas risitas, muchas, y todo el mundo miró a Hernández, que se puso rojo como un tomate. «Y todos fuimos a abrazarle, y todos nos reímos un rato con él, no de él, y repetimos la reunión hasta tres veces. ¡No podíamos volver a fallar!», explicó el chico de Cervera. «Porque no nos engañemos, cada vez que durante estos años ha salido el tema o se ha comentado una carrera así, todo el mundo nos ha mirado a nosotros», añadió Márquez.

Así que había que poner punto final a esta desagradable historia. Y así lo hicieron. Santi y Marc acordaron que primero saldrían con la moto que no le iba tan bien, con la que no se sentía tan seguro y que mantendrían el tipo para luego, «coger la buena y hacer, nada más salir del box, tres vueltas a muerte».

Dicho y hecho. El cambio, el saltito, el vuelo de una moto a otra a mitad de carrera fue perfecto, impecable. Valentino Rossi, que entró pegadito a él, lo hizo también serenamente. Y al salir de nuevo a pista, Márquez voló, protegido por su amigo Tito Rabat que le taponó al «Doctor», aunque Vale tenía ya dificultades con su segunda moto. «Ya me era imposible plantarle cara a Marc, que se escapó con gran facilidad».

Esa felicidad, esa solvencia, esa simpática y eficaz venganza fue la que hizo que el equipo entero se agarrase al muro y quisiese saltar sobre la meta al cruzar su chico como triunfador. De ahí que Santi Hernández llorase camino del podio. «Estoy emocionado, sí, porque este equipo es la hostia y mis mecánicos son la hostia, pues llevan meses y meses dejándose el alma para darle a Marc la mejor moto posible».

Y no la tiene aún, «no, no, ¡qué va!, pero estamos en ello», contó Márquez. Pues sin ella, a dos manos, a dos motos y a lomos de la tribu de Santi, el chico ya es líder de MotoGP. De nuevo.