Tiene la mañana cierto aire festivo y zumbón, como veraniego y lúdico. Después de la lectura del diario, incluida columna surrealista de Millás, de los churros en Baro, casa malagueñísima y antigua con varias sucursales y esmerado trato, enfilo hacia la librería en busca de la novela de Soler. Pero hay un problema. En concreto, un problema para mí. Un problema de elección. Está también en los estantes de las novedades Juan Marsé. Ha sacado novela. En el título lleva la palabra puta y la historia, en dos espacios temporales, los cuarenta y los ochenta, parece atractivísima. Con todo, Marsé es ya un estilo, cualquier historia que aborde lleva el sello de la buena literatura. El mismo Soler se ha declarado en algunas ocasiones hijo literario de Marsé. O, al menos, escritor muy influenciado por él. Todas estas disquisiciones están muy bien, sí, pero yo sólo tengo 25 euros en el bolsillo, lo cual tampoco es mala cosa dado el salarito que percibo. Así que no sé si optar por Soler o por su padre literario. Supongo que a ninguno de los dos les harían falta mis euros pero no hay escritor al que le sobren lectores.

Soler se ha metido en una historia hiper documentada sobre el Noi de Sucre, un anarquistón de aquella Barcelona de tiros, FAI, CNT y semanas trágicas. Lo de Marsé comienza con un putón meneándosela al proyector de un cine. O sea, al que maneja el equipo de proyección, O al menos eso entiendo yo por lo que colijo de las solapas. Yo es que soy muy de colegir las solapas. A veces incluso las leo y hasta me entero. Una vez leí la solapa de una novela intrincada y negra y no me enteré de nada. Me dio por leer la novela y estaba todo clarísimo: el crimen era haber redactado tal novela, pero eso, claro, sólo se sabía al final.

Sopesando la opción de gastarme los euros en vermú y mejillones continué con el ojeo y hojeo dándome la tentación de robar una biografía sobre Negrín con mejor pinta que el mismo Negrín, que era gordote, políglota, médico y socialista. También presidente de la República, por cierto. Pero no robo ni compro nada, ni siquiera el aperitivo pero me da por pensar cómo serían los bares especializados en churros en las barcelonas que tantas veces han descrito Marsé, Soler o Eduardo Mendoza.

A Málaga le falta algo de esa mística literaria y le sobran churrerías. Urge ambientar un novelón aquí con personajes reales incluso. Que se pasearan mucho por la Alameda y el Parque y tomaran café en El suizo o El español o almorzaran en La Cosmopolita o el Café de Levante, tal vez en el Refectorium o en el Mesón Huesca. Una ciudad con museos y puerto e intelectales y meretrices y curas y generales, maestros, nobles de origen foráneo, cocineros, menestrales, burgueses del Limonar, vinateros, jornaleros, ediles sin desasnar, periodistas de El Popular o La Unión Mercantil. O tal vez con un argumento modernísimo con malagueños conduciendo coches que levitan y teléfonos minúsculos e inteligentes ya insertados en la meolla. Una novela en la que saliera mucho El Palo y Huelin y tal vez con un castizo muy de la Carretera de Cádiz que dijera frases sentenciosas para guiar el argumento. O un bisnieto de Cánovas comunista o un descendiente de Picasso que declarara su admiración por Dalí. A lo mejor el propio Soler saldría de protagonista, e incluso Marsé, que podría hacer de viejo policía que está persiguiendo a un traficante de frases hechas que las habría introducido como virus en los ordenadores de algunos escritores de Almería o Soria y quisiera hacer lo mismo con los malagueños. Todo podría ser luego llevado al cine. Incluso yo puedo ser llevado al cine. En concreto por mi señora, que me recogió de la librería y con tino propuso el acudir a sala propicia para el visionado de una de esas películas tan atractivas que se estrenan estos días. La de Almodóvar no, que como es costumbre, ya Carlos Boyero le ha propinado una estocada mortífera. Me ofrezco como guionista.