Tras más de veinte horas de viaje, entre vuelos y aeropuertos, llego a Foz de Iguazú en la frontera brasileña con Argentina, pequeña ciudad ubicada en medio de un paisaje arrebatado por la Naturaleza, en cuyas cercanías se hallan las famosas cataratas del Iguazú, uno de los grandes ríos de esta tierra de fronteras, afluente del Paraná. Foz de Iguazú, en Brasil, Ciudad del Este, en Paraguay, y Puerto Iguazú, en Argentina, constituyen la principal intersección entre los tres países, casi sin solución de continuidad, pues las tres ciudades apenas distan entre sí escasos kilómetros. Es la triple frontera, un triángulo internacional que se repite en otros muchos puntos de este impresionante territorio natural que, como en todas las fronteras, ha sido y es lugar de paso y asentamiento de numerosas poblaciones. Allí, donde los arroyos son gigantes y donde el agua domina la naturaleza arrebatadora del bosque atlántico, se sitúa la provincia argentina de Misiones, una cuña de apenas 30.000 kms2 entre Brasil y Paraguay, que debe su nombre a las misiones o reducciones jesuíticas guaraníes construidas entre los siglos XVII y XVIII, y que constituye uno de los espacios de frontera más singulares del mundo. La historia de este territorio transfronterizo trasciende las fronteras políticas para convertirse en un espacio puente entre realidades demográficas, sociales y culturales que han convivido desde mucho tiempo atrás, guaraníes y españoles especialmente, y en el que posteriormente han tenido lugar asentamientos europeos y asiáticos que se han diseminado por los tres países.

La triple frontera, así denominada, es la intersección política de una vasta región natural dividida por las fronteras nacionales. La presencia del agua es tal que ésta no sólo determina el propio espacio, estableciendo sus límites, sino que es la base de una cultural fluvial que ha permitido durante siglos la comunicación entre los distintos pueblos que lo han habitado, y ha sido la base de una de sus principales fuentes de alimentación: el pescado de río (surubí, mandube, dorado…). Delimitada por tres grandes ríos, el Paraná, el más importante de Iberoamérica después del Amazonas, que discurre por la frontera paraguaya; el Iguazú, que es afluente del primero y en el que se encuentran sus famosas cataratas (la Garganta de Diablo se halla del lado argentino); y el Uruguay, que separa Argentina de Brasil, la provincia de Misiones posee los parques nacionales de Iguazú, creado en 1934, declarado Sitio del Patrimonio Mundial por la UNESCO, y de enorme extensión; y de San Antonio, creado en 1990, pequeña reserva de especies ancestrales como el pino paraná o curiy, y la araucaria nativa de la selva misionera. No menos importancia en la configuración del territorio tienen los arroyos, como el Tabay, Mártires, Garupá, Aguaray, y Piray Guazú, que impresionan por su caudal y extensión al sorprendido visitante mediterráneo. Junto al agua, el bosque dibuja un paisaje único y lleno de vida. Pese al retroceso de la selva subtropical, que se puede apreciar en Paraguay y en el sur de Brasil, el 35 % del territorio de Misiones aún conserva la selva misionera o paranaense. A cuatro horas de coche por la Ruta Nacional 12 se encuentra Posadas, la capital de la provincia de Misiones, con apenas 300.000 habitantes, ciudad de servicios y universitaria en el corazón del bosque misionero, en medio de un extenso territorio rural surcado de caminos sobre una tierra ocre de origen basáltico, la ciudad de Posadas está estratégicamente situada en la rivera sur del río Paraná frente a la costanera de la ciudad paraguaya de Encarnación, capital del departamento de Itapúa, donde naciera el longevo dictador Alfredo Stroessner. La frontera entre Argentina y Paraguay, entre Posadas y Encarnación, se cruza desde 1990 a través del puente internacional San Roque González de la Santa Cruz, construido tras la creación de Mercosur, y que debe su nombre al fundador de las dos ciudades fronterizas.

Misiones no es solo agua, bosques y madera, o yerba mate, la principal productora, es asimismo territorio de acogida, de mestizaje, de crisol de numerosas nacionalidades, bajo el denominador común de lo argentino. Fruto de la inmigración masiva de los siglos XIX y XX, en Misiones se ha concentrado (al igual que en el resto de Argentina) una demografía multicultural y multilinguística, a cuya primera población constituida por descendientes de indígenas y de españoles, se han ido sumando italianos, alemanes, suizos, polacos, rusos, ucranianos, armenios, japoneses, chinos o árabes. Misiones es por ello un importante laboratorio sociológico en el que se pone de manifiesto la capacidad del ser humano para la convivencia más allá de razas y religiones, a pesar de que las fronteras no son siempre espacios de intercambio y puentes, sino también espacios de rivalidades y barreras. Fue el caso de la cruenta guerra de la Triple Alianza (1865-1870), entre Paraguay y la coalición formada por Brasil, Uruguay y Argentina, finalizada con la derrota de Paraguay, tras la cual este país tuvo que devolver a Argentina la Misiones mesopotámica, incluida la ciudad de Posadas, que estaba bajo control paraguayo desde 1838.

Mi visita, gracias a la intercesión de la profesora Gisela Montiel, a las universidades de la región, Universidad Nacional de Misiones y Universidad Gastón Dachary en Posadas, y Universidad de Itapúa en Encarnación, han sido una extraordinaria ocasión para conocer in situ el papel de la enseñanza superior en contextos de frontera, reflejada además en la inquietud constante y en la voluntad positiva de sus directivos hacia dos grandes temas universales que en la actualidad preocupan al sistema universitario en todo el mundo, y que no son excluyentes sino complementarios: la integración regional y la internacionalización. La universidad no tiene fronteras, y el ejemplo misionero es, con sus logros y con sus dificultades, un referente para otros contextos geográficos, inclusive el nuestro. Nos unen a nosotros, además, la misma lengua y tradiciones comunes, lo que supone un valor añadido de enorme trascendencia, pese a los miles kilómetros de distancia.

Como escribe el antropólogo posadeño formado en Sevilla Roberto Abínzano, autor de una obra de referencia sobre Mercosur, es en las áreas de frontera donde se pone en evidencia con mayor transparencia la necesidad de desarrollar la cultura de la integración; y donde empieza, yo añadiría, la cultura de la internacionalización.

*García Galindo es Catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga