No lo tiene precisamente fácil el papa que llegó del fin del mundo y parece haberse fijado como objetivo hacer algo de limpieza en las cuadras de Augías del Vaticano.

Hay en ese minúsculo Estado demasiados de ésos que su predecesor alemán, sin fuerzas suficientes para afrontar semejante reto, calificó de “jabalíes”. Y uno de ello es, a juzgar por su trayectoria, el cardenal y ex secretario de Estado Tarcisio Bertone.

Quien todavía ocupaba tan poderoso cargo bajo Benedicto XVI está hoy en el centro de un escándalo denunciado con el apoyo de los correspondientes documentos por el semanario “L´Espresso”, que acusa directamente a ese orgulloso príncipe de la Iglesia de “haber mentido”.

Mintió, según el semanario, Bertone cuando negó saber que la reforma de su vivienda del palazzo San Carlo, de Roma, en el que ocupa un lujoso ático, se había hecho con dinero de la Fundación del hospital del Niño Jesús, cuyo fin es ayudar a niños “débiles” y necesitados de ayuda.

Como señala el editorialista del semanario Luigi Vicinanza, el cardenal piamontés “ha intentado conservar hasta el final su status quo” mientras el nuevo sucesor de Pedro intentaba dar un giro de timón a una Iglesia demasiado aficionada al boato y los placeres terrenos.

Si el Papa da muestras de humildad y admite su propia incapacidad (“incapacitatem meam”, como lo expresó en el latín de la Iglesia), “¿por qué deberían considerarse intocables los cardenales, obispos, prefectos y administradores de tantos entes eclesiásticos”, se pregunta Vicinanza.

No fue este editorialista, sin embargo, sino el también periodista del semanario Emiliano Fittipaldi, el primero en denunciar en un libro titulado “Avaricia” el hecho de que los fondos del hospital romano se hubiesen malgastado para satisfacer los caprichos de esa “eminencia reverendísima”.

Fittipaldi está por cierto sometido a un proceso judicial en el Vaticano por destapar esa historia, que no es sino un solo capítulo del “sistemático derroche de los bienes eclesiásticos a favor de unos pocos”, aprovechándose y “burlándose del sacrificio de tantos que, en silencio y con humildad creen en y sostienen las obras de caridad de la Iglesia”, como critica la revista.

De momento, el escándalo sólo salpica a Bertone y los directamente investigados son un administrador de plena confianza del cardenal, que estuvo en la presidencia de la Fundación del hospital del Niño Jesús y el ex tesorero de esa institución.

El Vaticano, que considera a ambos “funcionarios públicos”, les atribuye complicidad en un delito de malversación por “haberse apropiado” y “haber utilizado de modo ilícito” fondos del hospital “para financiar obras de reforma de un edificio propiedad de terceros y situado en el interior de la Ciudad del Vaticano”.

El semanario acusa a Bertone de mentir y publica tanto el documento en el que el ex presidente de la Fundación del Niño Jesús ofrece al cardenal financiar con fondos de la misma la reforma de la vivienda como la aceptación de ése, que calificaría luego todo lo publicado en el libro “Avaricia” de “vergüenza” y “calumnia”.

El cardenal, denuncia el semanario italiano, no sólo estaba al tanto del ofrecimiento sino que, tras aceptarlo por carta, adjuntó en una lista de intervenciones que deseaba que se llevasen a cabo en la vivienda.

Pero hay más, pues resulta que la reforma, encargada en principio a un constructor amigo del cardenal, nombrado por éste miembro de una obra pía que administra bienes raíces de la Iglesia, fue ejecutada finalmente por otra empresa y la factura, pagada a un “holding” londinense. Todo ello muy sospechoso y que, cuando se investigue, puede que se abra una caja de Pandora.

Si finalmente resultase imputado directamente el cardenal, éste no sería juzgado por el tribunal que está investigando a sus dos colaboradores, sino que ello competería a la Corte de Casación de la Ciudad del Vaticano, único órgano capacitado para abrir una instrucción sobre “los pecados” que puedan cometer los príncipes de la Iglesia, algo inédito, según explica el periodista autor del libro.