No, punto. No vamos a entrar en Podemos, punto», Tania Sánchez dixit. «No voy a apoyar a un grupo de perdedores contra la lista más votada», Albert Rivera dixit. «No, no estaría dispuesto a formar parte de un gobierno que no presidiera», Pablo Iglesias dixit. «Un vaso es un vaso, y un plato es un plato», Mariano Rajoy dixit. «El partido socialista nunca negociará con el populismo», Pedro Sánchez dixit. Y hasta aquí, niños y niñas, la lección de hoy sobre el valor de la palabra en política.

Como pueden ver, la práctica totalidad de los lideres dicen Diego donde dijeron digo por no decirte Rodrigo, pero no se preocupen, es fácil detectar al charlatán de feria siguiendo una regla de oro: la diarrea verbal de los candidatos es directamente proporcional a su nivel de desesperación, y por encima de todas relucen las cantinfladas de uno: Pedro Sánchez.

Don Pedro, Pedro, Pedrito. Ese político impostado que ha conseguido que Joaquín Almunia y José Luis Corcuera parezcan íntimos amigos de Manuel Fraga, ese político ochentero que vive subido a una peonza arcoíris en la que todo huele a gominola, ese político taimado que ha hecho bueno a Zapatero, ese político de chaquetas con tallas de menos que desconoce que Roma no paga a traidores, ese político que ha subastado su honor y que, en definitiva, ha intentado enajenarnos a todos por su plato de lentejas. Ese y no otro es el actual Pedro Sánchez.

Puede que en un principio se creyera la piedra filosofal del socialismo, el puente dorado que lleva hacia la renovación, el caballo blanco y alado del nuevo parlamentarismo, pero lo cierto es que no existe político en el hemiciclo más esclavo de sus palabras, y eso pasa entre otras razones por acompañarse de un grupo de asesores inexpertos y sin visión de futuro que puso toda la carne en el primer asalto sin pensar que la carrera era de fondo.

Así anda Pedro, aturdido, culiprieto, agarrando clavos ardiendo, pactando con el diablo. Así le sigue el PSOE, comulgando con ruedas de molino, mirando para otro lado, hipotecado por su secretario general, votando con la nariz tapada, con la brújula indecisa entre barones y arribistas.

Pedro sólo tiene una salida, y lo sabe, y es un último ataque suicida. Ya se ha bajado tanto los pantalones ante Podemos que casi no recuerda lo que es dormir decúbito supino. Una y otra vez el líder de la segunda fuerza más votada de España ha sido ninguneado, y tantas veces vuelve a la humillación que al 88,23% del partido morado se le están acabando las banderillas. A Sánchez no le queda otra después de cosechar el peor resultado de la andadura democrática del puño y haber fracasado en todos sus intentos por malvender la rosa; o entrega su alma disfrazada de acuerdo electoral y gobierna, o alguien de su bancada va a decirle que se le está poniendo cara de Rubalcaba, así como de amortizado, de antiguo, de innecesario, de prescindible.

Ya le pasó al gran Julio César, según el griego Plutarco un vidente advirtió al laureado emperador romano que sería traicionado en los idus de marzo y él hizo oídos sordos. Nunca imaginó que Brutus, su querido y supuesto hijo bastardo, sería uno de sus asesinos.

Ni el PP, ni Podemos, ni Ciudadanos, ni IU acabarán con Pedro Sánchez, será su propio partido el que le defenestre por llevarlo a la senda del Todo a Cien, por convertirlo en un espejismo de la pana y la lucha, por haber violado sus 137 años de historia y por llegar tan alto postrando esas siglas tan bajo. Pero no esperen ejecuciones públicas, será todo muy de andar por casa, en plan veneno con forma de destierro y rueda de prensa reconociendo que el nuevo destino es un sueño hecho realidad, su autentica vocación. Con el tiempo llegará la multitudinaria presentación de un libro de memorias titulado No sé por dónde me vino, y a otra cosa mariposa.

Vayan cogiendo asiento, se acercan nuevas elecciones y seguro que todos los partidos tienen importantes promesas que hacernos. Dixit, mucho dixit, al rico dixit señora. Mientras tanto Pedro Sánchez puede seguir haciendo de flautista desafinado en un Hamelin ciclotímico, algún día un ciego le dirá que no hace falta ser vidente para adivinar su breve futuro, pero como el César tampoco hará caso, morirá matando por su plato de lentejas. En cambio en el PSOE ya le están buscando editorial donde publicar su epitafio.