El concepto paraíso está desprestigiado. Por más que se afanaron en la asignatura de religión por enseñarnos que el paraíso es el lugar adonde van los que se portan bien, la realidad es que están atestados de malos, mientras que los buenos viven auténticos infiernos en las fronteras de Europa o en la costa de Ecuador.

El cielo, tal y como lo describía el catecismo, no tiene mucha demanda. ¿A quién le interesa ir a un lugar al que no te puedes llevar todo tu dinero? Por no decir que allá arriba todos somos iguales. En el sprint de los tiempos eso es una auténtica vulgaridad. Por eso, algún espabilado financiero atisbó esa oportunidad de mercado e inventó el paraíso en la tierra. Un lugar en el que estar muerto no es requisito indispensable y, por supuesto, evita codearse con gente normal.

La estrategia de marketing es bastante simple. ¿Por qué sufrir impuestos en el país donde resides y del que emana tu riqueza, cuando puedes enviar de vacaciones a tus billetes disfrazados de negro satén? Es tentador, no lo nieguen. Eso de pagar impuestos es para la gente que no puede ganar un solo céntimo sin que se entere hacienda. A los que obtienen sus rentas en la trastienda de la ética, no les queda otra que comprarse un piso en el paraíso.

Es un problema de relación. Ninguno de esos bienintencionados administradores de sociedades offshore conoce la relación que existe entre renta y contraprestación. Todos los ingresos que alimentan sus secretas y abultadas cuentas, cuando no proceden de negocios ilícitos, se originan en el país que sostiene sus ganancias. Un sistema que les permite disfrutar del respeto por la propiedad privada y por el libre comercio.

Para algunos, la riqueza es directamente proporcional a la indecencia. Su habilidad para evadir el fisco les crea adicción. Al comienzo son inapreciables descuidos los que hacen brotar plumas negras en sus espaldas. Más tarde, una mezcla de ambición y egoísmo da consistencia a sus alas. La vanidad refuerza las remeras, y el desprecio perfila las coberteras. Las garras del ángel, con uñas cada vez más largas, agarran con fuerza la inocencia del contribuyente y remontan el vuelo hacia el paraíso.

La gente normal, harta de mirar al suelo, comienza a interesarse por esos destinos. Últimamente proliferan compañías aéreas de bajo coste. Puede que pronto se oferten vuelos baratos a las Bahamas, Panamá o las Islas Seychelles. Pagar impuestos quedará en desuso. Y entonces ya no habrá carreteras por las que circulen sus abrillantadas carrocerías, ni colegios donde se enseñe a la población a respetar el sistema. No existirán mercados financieros que hagan malabares con sus intereses, ni policía que proteja su piscina. Huirán hacia sus paraísos. Para entonces la torre de control del estado estará inservible. En la pista de despegue la multitud se abalanzará sobre el avión como aquella masa indignada sobre Versalles. Lejos quedará el cielo. Todos serán bienvenidos al infierno.