Ya sé que es ampuloso y exagerado, pero para infinidad de españoles el fútbol representa ahora una válvula de escape ante el proceloso panorama político y social que padecemos. Y es mano de santo.

Esta semana pasada ha vuelto a producirse el éxito que echaremos de menos; nos estamos acostumbrando a un paraíso esquivo. No ha sucedido en ningún país europeo y en España sucede con regularidad en el último decenio. Que cuatro equipos españoles estén entre los ocho mejores de Europa en sus dos competiciones continentales, asegurada la presencia de dos de ellos en sus finales, y con posibilidades de que sean los cuatro, es portentoso. ¿Cómo estarían en Inglaterra, Italia, Alemania o Francia, si disfrutaran de esa gloria? Nos lo podemos imaginar.

Aparte de las machadas del Sevilla de Emery y del Villarreal de Marcelino -qué pena lo del Athletic de Valverde y el emparejamiento del Barça con el Atlético-, tal y como auguramos, el Madrid, con la fortuna de cara, se deshizo con lo justo del Wolfsburgo, a quienes debieron golear también en su estadio. Ojalá contra el Manchester City persevere en la solidez cuando juegan a tope sus futbolistas, desde el equilibrio alcanzado con Casemiro, y a Zidane no le dé un ataque de técnico de paripé presidencial haciendo rotaciones absurdas o no haciendo algunos cambios clamorosos; lo de Danilo en Alemania, o mantener a Bale en el Bernabéu los últimos veinte minutos a pesar del agujero que ocasionaba en la derecha por no bajar, no tienen un pase. A estas alturas hay que salir con los mejores porque solo restan media docena de partidos relevantes.

Eso lo maneja bien Simeone, que salvo imponderables maneja a sus nueve titulares y a los dos o tres que se disputan los otros dos puestos, uno en la media y otro en la defensa, con perseverante sabiduría, así como los cambios tácticos y recambios de jugadores que requiere el resultado. Dentro de esas variaciones, lo único innegociable es la presencia continua de un medio centro con oficio. Como dice Guardiola, aunque exagera interesadamente para motivar a los del Bayern, «si el Atlético de Simeone juega bien gana siempre». Habría que añadir que dentro de su peculiar estilo, y matizar que más bien difícilmente pierde porque es complicado hacerle goles, aparte de impedirle que haga el suyo con Torres recuperado y Griezmann en estado de gracia. Con Fernández o Tiago de mediocentro, Gabi y Koke a los mandos, y el espléndido Saúl -o Carrasco-, de rompelíneas, el medio campo atlético es el más sólido de Europa; ahí radica su fortaleza y fiabilidad en los momentos clave. Simeone empezó consolidando una defensa con un portero de garantías, Godín de mariscal y Juanfran y Filipe de alfiles, y reinventando goleadores de referencia: Falcao, Costa y ahora el gabacho. Después afinó el medio campo hasta hacerlo jugar de memoria con una intensidad insuperable. Esa, junto a la suerte, ha sido la escalera de color para llevar varios años seguidos entre los mejores. Esta temporada puede ser el colofón a un trabajo colosal para el Atlético.

Al Barcelona le quedan varias finales para ganar la Liga que tenía en la buchaca, y ahora es cuando sus profesionales deben demostrar la madurez que cabe exigirles. Como aventuramos, la eliminación de la Champions puede costarles la Liga. Plomo en la necesaria décima de segundo y depresión anímica, aparte de la obligación de alinear a Messi y a sus dos compadres Neymar y Suárez, estén como estén, y a otros; por prescripción del argentino, así como su antojo de huir del área, más una suerte esquiva, marcan el viacrucis culé. Mal pájaro tiene Luis Enrique en la bardiza.