Me hacía recientemente esta pregunta un buen amigo escandinavo, residente en Fuengirola desde hace ya muchos años. Somos sin duda afortunados los que vivimos en esta acogedora costa andaluza que se extiende desde Almería hasta la frontera portuguesa. La internacionalidad tal como en ella se practica es una bendición. Vivir en un lugar donde un porcentaje importante de sus actuales residentes decidieron un día dejar su país de origen, generalmente sociedades prósperas además de modélicas, es un inmenso valor añadido. Tenemos en ella -la internacionalidad- un espejo en el que podemos reflejarnos. Eso sí. Algo cóncavo, por el afecto mutuo. Muchos de estos convecinos aprendieron nuestro idioma. También crearon sus propios periódicos, incluso emisoras de radio, desde los que en finlandés, sueco, inglés, alemán, holandés o ruso, se preocupan por lo que ocurre en esta tierra que un día quisieron convertir, libre y casi siempre desinteresadamente, en su segunda patria.

La pregunta de mi amigo me puso en guardia. Por supuesto, no me sorprendió. En realidad la esperaba. El bombardeo diario de escándalos de corrupción también preocupa desde hace tiempo a muchos de estos convecinos y excelentes amigos. En realidad la palabra cleptocracia ya tomó hace años carta no oficializada de naturaleza entre nosotros. Cleptocracia. «El gobierno de los ladrones», si nos vamos a la etimología griega. En los grandes diccionarios internacionales -sobre todo en los países de habla inglesa- se utiliza cleptocracia con cierta dureza calvinista. Como un sistema de gobierno de los ladrones para sus atropellos y su beneficio. Sin eufemismos. Aquí la llegada de la severidad tardó algo más.

«Sistema de gobierno en el que prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos.» ¡Dios sea loado! Parece que la Real Academia Española finalmente ha emitido el certificado de fe de vida para esta inquietante realidad: cleptocracia. La misma que las autoridades de la Generalitat, las que velan por la pureza del catalán, también mantuvieron en el limbo.

Mi amigo de Fuengirola defendía siempre a España, cuando otros compatriotas suyos arremetían contra nosotros, cada vez que se anunciaba un nuevo escándalo de corrupción institucional o de simples latrocinios de más modesta cuna. Decía que la inmensa mayoría de los españoles con los que trataba a diario eran gente extraordinariamente honesta. También era evidente para él que los Tribunales de Justicia españoles en general servían a la sociedad con rigor y rectitud. Tenía razón. Por eso le contesté que, gracias a unos y otros, podíamos decir que todavía España no es una cleptocracia. Aunque me venga a la memoria aquel proverbio de los antiguos otomanos: «El pescado siempre se pudre por la cabeza».