Tiene algo de paradójico que sea el Gobierno de la antigua colonia británica que fueron los Estados Unidos de América quien aconseja ahora a la vieja metrópoli que no abandone la Unión Europea.

Tiene, sin embargo, cierto sentido esa injerencia norteamericana si, como sostiene en su último libro el ex ministro de Economía griego Yanis Varoufakis, la UE fue un día un instrumento alentado por Washington para mantener su hegemonía sobre Europa con la Alemania renacida de las cenizas como locomotora.

Sea como fuere, el apoyo brindado por el presidente Barack Obama a los partidarios, como el propio primer ministro David Cameron, de que el Reino Unido continúe en el club europeo ha enfurecido al bando contrario, capitaneado por el líder del eurófobo UKIP, Nigel Farage, y del que forma también parte un correligionario de Cameron, el popular alcalde de Londres Boris Johnson.

Igualmente curiosa es la guerra de historiadores que ha estallado entre los partidarios de una u otra opción y que enfrenta a veintidós universitarios partidarios del llamado Brexit, es decir de la salida de la UE, y a una quincena de sus colegas, que defienden por el contrario la permanencia.

No es nuevo el hecho de que profesionales de esa disciplina creen mitos o manipulen los hechos a voluntad para adecuarlos a sus objetivos políticos como hemos visto entre nosotros a propósito de los objetivos independentistas de una parte del pueblo catalán.

Cada uno de esos dos grupos ha utilizado desde las revistas especializadas hasta la prensa de información general o la propia emisora pública BBC e incluso las redes sociales para defender su causa con un apasionamiento que parece casar muy mal con la flema que se atribuye generalmente a los británicos.

El diario británico liberal The Guardian, que defiende la permanencia en la UE, llegó a hablar en un editorial de «guerra cultural» entre los partidarios de una y otra opción con los historiadores «en primera línea».

La guerra la inició, como nos recuerda el semanario francés «Obs» , el grupo conocido como «Historians for Britain» (Historiadores a favor de Gran Bretaña»), que publicó hace ya casi tres años un manifiesto en The Times en el que pidió a Cameron que renegociase con Bruselas una relación más libre con su país pues corría peligro «la excepción británica».

En mayo del año pasado, el mismo grupo publicó una carta abierta en la revista «History Today» titulada «Gran Bretaña: ¿aparte o una parte de Europa?», en la que trató de demostrar que el Reino Unido se había desarrollado en muchos aspectos de modo distinto de cómo lo habían hecho los países del continente.

Desde la «common law», el derecho anglosajón derivado del sistema aplicado en la Inglaterra medieval y llevado luego a sus colonias, o el principio de soberanía parlamentaria o instituciones tan antiguas como la monarquía testimoniaban de una continuidad que no conocían otras naciones europeas.

Esos historiadores recordaban también de paso que su país no había sido invadido de nuevo desde la invasión normanda de 1066, no había conocido otras guerras ni habían hecho mella en él ideologías como el fascismo o el comunismo.

No tardaron en replicarles otros historiadores bautizados como «Historians for History» (Historiadores a favor de la historia), que tacharon a sus colegas de «reaccionarios» y los acusaron de intentar «dominar el debate con su visión fantasiosa y sesgada».

Según aquéllos, sus oponentes tenían «una visión simplista del pasado», que trataban de presentar como excepcional, cuando no era cierto: la soberanía parlamentaria no fue realidad hasta finales del siglo XVI, el sufragio universal se introdujo en 1928 y en cuanto a las guerras, sólo había que recordar las revoluciones estalladas en Escocia, en Irlanda e Inglaterra en el siglo XVII.

Por no hablar de la monarquía, a través de la cual Inglaterra estuvo siempre unida a Europa: baste recordar la casa de Plantagenet, que tuvo su origen en el condado de Anjou (Francia), o ya a partir del siglo XVIII, la dinastía alemana de Hannover, a la que siguió la también alemana de Sajonia-Coburgo-Gotha, rebautizada como Windsor en la Primera Guerra Mundial para que no recordase al país enemigo.

Los «Historiadores a favor de Gran Bretaña» se defienden argumentando que ellos no niegan que Gran Bretaña haya interactuado durante siglos con los países del continente, que haya comerciado con ellos, intercambiado ideas e incluso intervenido militarmente, sino que tiene su propia y muy distinta identidad.

Y recuerdan lo que dijo el político Winston Churchill en 1930: «Estamos con Europa, pero no somos de ella. Estamos interesados en ella, asociados a ella, pero no absorbidos por ella. Si tenemos que elegir entre Europa y el mar abierto, elijamos siempre el mar abierto».

¿Qué escogerán esta vez los británicos? Lo sabremos el próximo 23 de junio.