TTIP son las siglas en inglés del Tratado Transatlántico de Libre Comercio e Inversiones que llevan negociando los Estados Unidos y Europa desde 2014 y que debería firmarse a principios del año 2017. Se trata de un asunto tan complejo como polémico, que está movilizando en contra a miles de personas en toda Europa, y que responde a un impulso del presidente Obama para recuperar el protagonismo de los países occidentales en el comercio mundial, amenazado por el auge de China y la diplomacia del petróleo ejercida por Rusia, Irán o Venezuela cuando los precios de esta materia prima estaban por las nubes.

No hay nada que objetar al intento de los Estados Unidos y la Unión Europea para fortalecer sus lazos comunes y volver a marcar las reglas del juego en la economía internacional. Otros países y otros bloques de intereses con bastante menos democracia y respeto a los derechos humanos también lo hacen. Sin embargo, las negociaciones y los contenidos del Tratado (TTIP) han estado rodeados de un tremendo secretismo, lo que ha llevado a un porcentaje creciente de la opinión pública europea a desconfiar o incluso a oponerse abiertamente a la firma del Tratado.

Entre los defensores del TTIP están, cómo no, la propia Comisión Europea -con la comisaria de Comercio, la sueca Cecilia Malmstrom a la cabeza- y las organizaciones empresariales y las grandes corporaciones. Sus argumentos son de carácter económico, y se aferran a varios estudios que aseguran que se crearán cientos de miles de puestos de trabajo (en torno a 330.000 en España) y que se abre una ventana de oportunidad para las empresas más competitivas de ambos continentes. Algunas pymes especializadas españolas han mostrado en público su apoyo al TTIP, aunque no hay ni mucho menos unanimidad entre las empresas y los sectores económicos en torno a la bondad del Tratado y de sus consecuencias.

Por otra parte, el rechazo al Tratado ha logrado reunir a una compleja amalgama de ONG, sindicatos y asociaciones del movimiento anti-globalización. Algunos de sus argumentos son puramente ideológicos y no tienen más respaldo que el de sus sólidos prejuicios. Millones de personas en esta Europa desgarrada y en crisis añoran un modelo social y económico que ya ha fracasado en otras latitudes y longitudes. Sin embargo, los sindicatos y algunas ONG realmente serias sí que han puesto de manifiesto los riesgos del TTIP: desde la amenaza para las condiciones laborales y salariales de los trabajadores europeos, hasta la posible relajación de los altos estándares de protección al medio ambiente y a los consumidores que exige la Unión Europea, mucho más sensible a estos temas que el capitalismo norteamericano.

Pero el gran talón de Aquiles del TTIP es el llamado ISDS (siglas en inglés de un mecanismo de protección a los inversores) que será el encargado de dictaminar en caso de producirse alguna controversia contractual entre una gran corporación y un Estado nacional. Los precedentes son preocupantes, y hay casos de indemnizaciones oscuras y multimillonarias que deben abonarse a cambio de casi nada. Un tema turbio y muy poco aclarado durante el opaco proceso negociador.

Tras más de dos años de reuniones bilaterales, con un español al frente de la negociación europea -Ignacio García Bercero- cunden el desánimo y el escepticismo. Varias investigaciones académicas han cuestionado con rigor los optimistas informes oficiales sobre el impulso a la economía y la creación de empleo que debería traer el TTIP. Las elecciones en Estados Unidos están en el horizonte, y en Europa hay una resistencia creciente al Tratado. Veremos pronto en qué queda todo esto. Enero de 2017 está a la vuelta de la esquina, y hay muchos flecos aún por resolver. Atentos.