Ahora a los periodistas nos ha dado por correr. Siempre nos han gustado las modas, ir al paso de los tiempos, y como los tiempos ahora marcan un rápido trote maratoniano, pues nos apuntamos a ello y organizamos carreras por la libertad de prensa. Al cabo, en realidad corremos, como casi siempre se ha corrido, en defensa propia, para frenar lo que parece inevitable, el casi fin de una profesión que amamos profundamente pero que no sabemos cómo salvar, porque es evidente que no corren buenos tiempos para el periodismo en general y para los periodistas en particular. Los periodistas vivimos una época de incertidumbre, nos encontramos sumidos en una compleja etapa en la que percibimos que estamos al final de una era y notamos la llegada de otra, pero sin que tengamos del todo claro hacia dónde van los derroteros, si la tecnología es enemiga o amiga, si nos mata o nos revive, si nuestras empresas tienen verdadera vocación informativa o simplemente publicitaria.

El problema tal vez no radique tanto en que los intereses de la empresa periodística sean contrarios a los intereses del periodismo, sino que han terminado siendo contrarios al interés de la audiencia, que evidentemente ha terminado dándonos la espalda. Baja la audiencia en general y con rapidez le echamos la culpa a internet y a los contenidos gratuitos. ¿Quién va a pagar -nos decimos unos a otros, queriéndonos convencer de que no es nuestra culpa- por algo que pueden tener gratis? La única solución a eso es llenar las redacciones de periodistas, volver a hacer un producto en el que los despachos de agencia y las notas oficiales vayan al rincón de lo ínfimo y se recupere el periodismo de verdad, el que está basado en hechos, en datos, en investigación, en personas. Y no estaría de más recuperar aquel viejo concepto periodístico de que «a la gente le interesa la gente». Hagamos un análisis serio, desapasionado, de qué estamos ofreciendo, y quizás empecemos a entender por qué nos han abandonado, por qué hemos dejado de interesar. No soy el único que piensa que al periodismo solo puede salvarlo el periodismo. Sin embargo, la única respuesta que se ha venido dando hasta ahora desde la parte empresarial es despedir periodistas, despoblar las redacciones, lo que de una forma directa y lógica viene a redundar en el empobrecimiento del producto, en la merma de su calidad. Despedir periodistas para salvar un medio de comunicación no es una solución racional, sino el camino más rápido para enterrarlo. Viene a ser lo mismo que intentar controlar una pandemia matando a los médicos.