Me encontré la noticia en el Washington Post del 4 de abril. Gracias a los portentos de Internet, tengo la costumbre de asomarme cada mañana a los periódicos de lugares muy lejanos, lo que me permite enterarme de lo que ocurre en el mundo. Como el fallecimiento del jefe Joe Medicine Crow. Tenía 102 años. Fue el último de los jefes de la tribu india de los Crow. Igual que él, sus antepasados habían servido a su pueblo con valor y sabiduría.

En 2008, en la campaña electoral para la presidencia de los Estados Unidos, Joe Medicine Crow conoció a Barack Obama. Le pidió al entonces candidato que reconociera a los indios de las reservas como ciudadanos con plenos derechos, no como el escalón más bajo de la escala social. No olvidó esta petición el nuevo presidente. En 2009 invitó al jefe indio a la Casa Blanca. Le impuso la Medalla de la Libertad, la condecoración cívica más importante de los Estados Unidos. Recordó públicamente el presidente los muchos méritos de aquel dirigente social y excelente escritor. Elogió su tesis doctoral, Los efectos de los contactos culturales europeos sobre la vida económica, social y religiosa de los indios Crow, publicada al final de sus estudios universitarios. También elogió sus escritos en defensa de la cultura de su pueblo y se detuvo en episodios de su larga vida. En 1943 el ciudadano Joe Medicine Crow se alistó en el Ejército de los Estados Unidos. Combatió en el frente alemán. Cumplió con los preceptos sagrados de un guerrero Crow. Siempre se ofreció para las misiones más peligrosas. Retó sin cesar a la muerte. Pero ésta nunca acudía a su llamada. Y supo combinar, cuando su corazón se lo pedía, la compasión con la valentía. Un asustado y muy joven soldado alemán se cruzó un día en su camino. Le arrebató el fusil y le perdonó la vida.

Para Joe Medicine Crow un buen caballo (esos animales portentosos que los españoles llevamos a las Américas) podía ser la más preciosa posesión de un ser humano. Uno de los momentos más emocionantes en la vida de un guerrero Crow siempre fue el poder apoderarse de los caballos de los enemigos. En un ataque a un destacamento alemán de caballería, ya al otro lado de las defensas de la Línea Siegfried, liberó a los caballos que el enemigo había confinado en un establo. Cabalgó sobre el mejor de la manada y lo llevó triunfalmente a sus líneas, mientras entonaba los viejos cánticos de guerra de sus antepasados.